Marbella: Vecinos denuncian al Ayuntamiento por no demoler una obra que les tapa las vistas

SUR* : La legalización de edificios ilegales tiene efectos colaterales. Vecinos de los bloques III y IV de la comunidad de propietarios Marina Banús han denunciado por supuesta prevaricación al Ayuntamiento de Marbella. En concreto han puesto en conocimiento del Juzgado de Instrucción nº2 de la ciudad que el Consistorio otorgó licencia de ocupación provisional a un local «sobre el que pesa una orden de demolición administrativa sin ejecutar y una sanción económica de 674.053,8 euros», según consta en la denuncia, a la que ha tenido acceso este periódico.

Se trata del parque infantil de ocio 'Camelot', ubicado en la parte alta del centro comercial Marina Banús. La comisión gestora ya cerró este centro en 2006, tres años después de estar funcionando sin permiso de apertura.
Estos vecinos, que tienen previsto impugnar esa licencia de ocupación provisional al considerarla ilegal, dejan constancia en el escrito de denuncia que el referido parque infantil ha supuesto «la pérdida absoluta» de vistas para sus apartamentos de la plantas primera y segunda. Este perjuicio se debe a la colocación de enormes aparatos de ventilación orientados directamente a la promoción «con un ruido espantoso y todo un sinfín de infracciones». Recuerdan además que el volumen de edificabilidad del sector estaba agotado una vez construido el centro comercial, que aparece regularizado en el nuevo Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) al igual que los bloques I y II de ese conjunto residencial.
El Ayuntamiento dictó dos resoluciones el 15 de abril de 2008, una respecto a la sanción económica y otra referente a la demolición. «Lo cierto es que a día de hoy las obras denunciadas objeto del expediente disciplinario y sancionador incoados no han sido demolidas», recuerdan los vecinos en la denuncia, pese a ponerse en varias ocasiones en contacto con el Ayuntamiento para que les informara sobre la situación de ambos procedimientos. No hubo contestación. La alarma cundió entre estos ciudadanos cuando comprobaron el pasado 6 de agosto que, «de forma inexplicable y sorpresiva», comenzaron a ejecutarse obras en el local.
«Resulta inverosímil, amén de ilegal y manifiestamente injusto que se concediera una licencia de obras y apertura para desarrollar una actividad en un local sobre el que se ha dictado una orden de demolición, que desde el año 2008 el Ayuntamiento no ejecuta, desconociendo las razones o motivos que impidan al organismo administrativo competente la ejecución forzosa de lo alegado», recoge la denuncia de estos vecinos, quienes critican «la desidia y la dejadez» del equipo de gobierno y su permisibilidad en la ejecución de «nuevas obras ilegales».
Informes favorables
La Concejalía de Industria y Vía Pública confirmó que la licencia de ocupación provisional, aprobada en junta de gobierno local el pasado 7 de julio, cuenta con todos los informes pertinentes favorables y que no tienen constancia de la orden de demolición dictada por Urbanismo el 15 de abril de 2008. Este periódico intentó sin éxito ponerse en contacto con la delegación de Urbanismo.
El propietario de 'Camelot', Francisco García, reconoció también «no tener constancia» de la orden de demolición y que el parque, regularizado por el nuevo PGOU, se abrirá próximamente. Su representante legal aseguró que la orden de derribo que pesa sobre 'Camelot' está recurrida.







* SUR - 23.08.09 -
JOSÉ ANTONIO GARCÍA

Foto: Vista del parque infantil de ocio desde una terraza de Marina Banús. / JOSELE-LANZA. diariosur.es

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Ciudades sin civilización

ANTONIO MUÑOZ MOLINA* : No puede haber civilización sin ciudades", escribe Saul Bellow, "pero hay ciudades sin civilización". Él se refiere a Chicago, la ciudad de los terribles inviernos sin misericordia de la gran Depresión; yo leo la novela en la que vienen esas palabras, The Adventures of Augie March, una mañana de agosto, en Madrid, sentado al fresco de los plátanos y los magnolios gigantes del paseo del Prado, que es una de las islas más indudables de civilización que pueden encontrarse en una ciudad europea, y por donde paso tantas veces camino de algunas de las instituciones más civilizadas que conozco:
... el Museo del Prado, la Real Academia, el Thyssen, el Botánico, el Reina Sofía, las librerías de viejo de la cuesta de Moyano, sin olvidar el añadido más reciente, la extraordinaria sede de la Fundación La Caixa, con su jardín vertical y sus viejos muros de ladrillo como suspendidos en el aire, una nave industrial de hace un siglo levantada sin peso en la ciudad del presente.

Uno de los rasgos de la civilización es que siempre es más frágil de lo que parece y siempre está amenazada. Un poco más arriba del paseo del Prado y del de Recoletos se abrió en la ciudad en los primeros años setenta el cráter imperdonable de la plaza de Colón, que no es una plaza sino un descampado sin alma de torres especulativas y tráfico como de autopista, con algo de urbanismo apocalíptico suramericano. En el paseo del Prado y en Recoletos se puede caminar siempre al amparo de los árboles: en Colón uno se ve arrojado a una intemperie de sol homicida o de vientos invernales, arreado en manadas para cruzar a toda prisa los pasos de cebra. La llamada plaza de Colón es una muestra infame de lo que estaban haciendo con las ciudades los planificadores, los teóricos del urbanismo y los grandes expertos en los años sesenta y setenta, cuando la capitulación institucional ante los intereses de los especuladores y de los fabricantes de coches aún se revestía con la máscara conveniente de la modernidad, del progreso implacable. Le Corbusier y sus discípulos alumbraban el camino del porvenir, que más que un camino resultaba ser una gran trama de autopistas. Hasta bien entrado el siglo XX las tecnologías del transporte colectivo se habían integrado sin quebranto en el tejido de las ciudades y habían contribuido a su expansión orgánica: las líneas de metro y de tranvías permitían el nacimiento de nuevos vecindarios hechos a la medida de los pasos humanos; los tranvías circulaban con la misma eficacia por las calles sinuosas de los cascos antiguos y por las perspectivas despejadas en las que las ciudades se abrían al campo. Cuando yo llegué a Granada, en 1974, acababan de clausurarse las líneas de tranvías, que comunicaban el centro de la ciudad con la Vega del Genil y con las estribaciones de Sierra Nevada. En Granada todavía quedan nostálgicos del tranvía de la Sierra, construido por un ingeniero ilustrado que se llamaba Santa Cruz, al que fusilaron los matarifes falangistas en el verano de 1936. Uno tomaba el tranvía en una acera arbolada de la ciudad y subía en él por la orilla del Genil hasta las laderas colosales del Veleta.

Los terribles expertos dictaminaron que cualquier obstáculo que se interpusiera a la circulación de los coches merecía acabar en los mismos basureros de la Historia a los que según Trotski estaban condenados quienes se resistieran a la revolución soviética. Para el advenimiento de la nueva civilización las ciudades resultaban un enojoso obstáculo. No sólo estaban hechas de calles estrechas y de edificios vulgares agregados a lo largo de épocas diversas: también estaban habitadas. Y la gente que las habitaba vivía y trabajaba en un desorden que sacaba de quicio a los entendidos, partidarios de que cada cosa se hiciera racionalmente en su sitio, de acuerdo con los planes utópicos que ellos mismos diseñaban, llenos de preocupación paternal por el bienestar de ese populacho, pero poco amigos de observar de cerca cómo eran sus vidas. El remedio contra los males, desde luego verdaderos, del hacinamiento y la pobreza, era el derribo, y tras él la autopista y la imposición del coche. A la destrucción de los barrios populares de Nueva York el planificador urbano Robert Moses le daba un nombre inapelable, aunque también involuntariamente siniestro: "La guadaña del progreso".

En los primeros años cincuenta la guadaña del progreso se disponía a llevarse por delante algunos de los lugares más civilizados de Manhattan: una autopista de diez carriles iba a atravesar el Soho, Little Italy, Chinatown y el Lower East Side. Uno nunca llega a saber de verdad lo precaria que es la civilización, lo peligroso que es dar nada por supuesto: para agradecer de corazón la delicia de pasear por Washington Square, distraerse mirando a los músicos o a los saltimbanquis callejeros o a los jugadores de ajedrez, sentarse en el césped y distinguir las primeras torres de la Quinta Avenida por encima de las copas de los árboles, conviene tener presente que todo eso estuvo a punto de ser destruido hace ahora cincuenta años, porque justo por ese lugar Robert Moses había decretado que pasaría otra autopista. La guadaña del progreso no actúa por capricho: si el tráfico ha de fluir a tanta velocidad como sea posible a través de la isla, lo racional, lo inevitable, es abrirle paso.

Washington Square no fue salvada por ningún arquitecto. Ningún experto en urbanismo alzó entonces su voz contra lo que hoy nos parece un delito inconcebible. Washington Square existe ahora gracias a una mujer, Jane Jacobs, tan poco experta en nada que ni siquiera tenía un título universitario. Vivía cerca, en la calle Hudson, en el corazón del Village, y llevaba a sus hijos a jugar a la plaza. Sus primeras camaradas en la sublevación urbana fueron las madres de los amigos de sus hijos, "unas cuantas locas con carritos de niños", según dijo Robert Moses, con la furia despectiva de los grandes expertos cuando alguien sin más cualificación que el sentido común se atreve a llevarles la contraria. En 1961, cuando Washington Square y las calles del Village ya no corrían peligro gracias al movimiento de rebeldía iniciado por ella, Jane Jacobs escribió su hermoso manifiesto en defensa de las ciudades caminadas y vividas, The Death and Life of Great American Cities. Murió el año pasado, una anciana diminuta y bravía comprometida hasta el final en la defensa de esa forma frágil y necesaria de vida en común que es la civilización y que no puede existir sin las ciudades. Un libro recién salido -Wrestling with Moses, de Anthony Flint- cuenta la crónica de su rebelión y conmemora su legado. En el corazón desventrado de Madrid, lleno de zanjas y de máquinas empeñadas en obras demenciales por culpa de un alcalde ebrio de megalomanía y de despilfarro que ahora amenaza insensatamente el paseo del Prado, yo me acuerdo de Jane Jacobs y me pregunto melancólicamente si sería posible aquí una rebelión como la suya, un levantamiento cívico que salve a Madrid de expertos y de políticos y de especulares y le permita ser una ciudad civilizada.







* ELPAIS.com - ANTONIO MUÑOZ MOLINA IDA Y VUELTA - 22.08.09
Foto: Plaza de Colón, Madrid, con el monumento al Descubrimiento de América, realizado por Joaquín Vaquero Turcios.- SANTI BURGOS, elpais.com

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¿Cuánto bajan los precios de la vivienda?

JOSÉ MANUEL NAREDO* : Ha llovido mucho desde que dominaba la creencia de que los precios de la vivienda nunca bajarían, sino que, todo lo más, moderarían su crecimiento siguiendo un “aterrizaje suave”. Los dos años de crisis inmobiliaria han pulverizado estos interesados e infundados vaticinios. La discrepante información disponible muestra que los precios de la vivienda han bajado y siguen bajando, pero ¿cuánto?

Cuando leemos en la prensa que “los precios de la vivienda han bajado un X por ciento”, la información se refiere normalmente al índice oficial de precios de la vivienda que elabora trimestralmente el Ministerio de Vivienda. Pero este índice no recoge los precios a los que efectivamente se realizan las transacciones de viviendas, sino los precios que imputan a las viviendas las empresas de tasación de inmuebles que, como veremos, muestran una sospechosa aversión a la baja. Pues además de los normales desfases entre tasaciones y precios de mercado, el hecho de que las empresas de tasación trabajen mayoritariamente para entidades financieras interesadas en soslayar el desplome de sus garantías hipotecarias hace dudar de la independencia de esta fuente. Lo cual es grave cuando el valor de las operaciones de este mercado supera, con mucho, en nuestro país a las del mercado bursátil.

Mientras la bolsa de valores presenta diariamente índices oficiales de cotización de las operaciones efectivamente realizadas, el mercado inmobiliario ha venido contando sólo con el mencionado índice oficial que sintetiza, cada tres meses, los valores que las entidades de tasación otorgan al metro cuadrado de vivienda. En los últimos tiempos, dos nuevas fuentes han roto el monopolio que venía ejerciendo el índice mencionado. Por una parte, el INE ha elaborado un nuevo índice de precios de la vivienda a partir de los precios escriturados por los notarios, como se viene haciendo en otros países europeos. El problema estriba en que, a diferencia de estos países, en España los precios de mercado no suelen coincidir con los escriturados que están, además, ligados a prácticas recaudatorias ajenas a la coyuntura inmobiliaria, con lo cual tampoco cabe esperar que esta fuente refleje de modo fidedigno la caída de los precios de mercado. Por otra parte, Fotocasa obtiene un nuevo índice mensual de precios de la vivienda a partir de los precios de los anuncios, que también difieren de los de mercado, porque la crisis inmobiliaria es fértil en rebajas y chollos en los que los vendedores más necesitados de liquidez acaban vendiendo a precios bien inferiores a los de los anuncios.

Mientras el índice de Fotocasa lleva bajando ya más de dos años y registraba en junio una caída acumulada del 18 %, el del INE baja desde hace año y medio, con una caída acumulada próxima al 10 %, y el del Ministerio de Vivienda baja poco más de un año, con una caída acumulada que apenas supera el 8 %. Cabe concluir que las tres fuentes indicadas muestran caídas de precios de la vivienda bien diferentes, pero en todo caso inferiores a las de mercado, que no salen en la foto de nuestras precarias estadísticas.




* Economista y estadístico





* Público - Del consejo editorial - 21.08.09

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