Una 'casa del pueblo' con vistas al cementerio

MADRIDIARIO/Reportaje* : Decenas de jóvenes hacen turnos desde hace varios días para acondicionar y guardar el edificio 'okupado' de la entrada del cementerio de La Almudena. Madridiario ha traspasado la verja de entrada y ha compartido una tarde con ellos. Esta es su historia.

"¿Todavía crees en Constituciones?" Esa es la pregunta que asalta al visitante del edificio 'okupado' de la puerta del cementerio de La Almudena, nada más entrar en su 'recibidor'. Cuando el 'sereno' de turno cierra con llave la verja de hierro —todas las precauciones son pocas para evitar que se cuelen intrusos—, los jóvenes echan otro vistazo fuera por si ha vuelto la policía. Y luego vuelven a lo suyo, a barrer, a limpiar y a debatir sobre los mil y un usos posibles para sus cuatro pisos diáfanos y luminosos.

El 'nuevo hogar' de los miembros del colectivo El Dragón tiene un inmenso 'jardín' de cipreses, vistas a las cuatro torres de Plaza Castilla, un entorno tranquilo —"como los vecinos protesten por el ruido, chungo", bromea una de las chicas— y 'habitaciones' abuhardilladas en cada una de sus cuatro plantas. Las ventanas son nuevas, fruto de la reciente reforma que su legítimo dueño, la Empresa Mixta de Servicios Funerarios, realizó con la intención de convertirlo en un museo, que más de una década después sigue siendo solo un proyecto.

Ahora, los 'okupas' tienen sus propios planes para el edificio: clases de yoga, de baile, talleres musicales, español para extranjeros, locales de ensayo para grupos... Pasan las horas hablando de los posibles usos que pueden darse a cada rincón del inmueble, que, aparte de algún 'rasguño' en los peldaños de la escalera central, se encuentra en perfectas condiciones. "Sí, pero tendrías que haberlo visto hace unos días", apunta un joven mientras barre la tercera planta, levantando una enorme polvareda.

Poco a poco, van apareciendo sacos de dormir. Hay velas en todos los rincones y el 'dormitorio' colectivo ya tiene su mesa para comer. Un lateral del cuarto piso les sirve de despensa. Las paredes están desnudas: no hay pintadas, apenas carteles. Ni un cristal roto: las contraventanas están aseguradas con cuerdas, porque aquí, a las puertas del cementerio, sin más edificios alrededor, el viento pega fuerte. Ahora falta la electricidad, para lo cual habrá que 'engancharse' a alguna fuente cercana, y la fontanería, esto último un poco más complicado. "Mañana va a venir un colega fontanero a echar una mano", anuncia alguien. De momento, les basta con un cubo que hace las veces de 'inodoro' itinerante.

Los jóvenes hacen turnos para vigilar la entrada, atender a los medios desde dentro y charlar con los curiosos que se han topado con las pancartas 'okupas' un día cualquiera mientras pasean a su perro por el parque Arriaga. Pasan las horas y nadie protesta. Al revés: después de preguntarles cómo están y de interesarse por los planes que El Dragón tiene para el edificio, les felicitan, desean suerte e, incluso, les brindan su ayuda. "¿Vais a poner una cafetería? ¡Por fin voy a tener un bar cerca del trabajo!", exclama una señora. "Ya era hora de que hubiera un centro cultural en el barrio", comenta otro. "¿A qué colectivos pertenecéis? En Moratalaz el tejido asociativo está fatal", dice un tercero. Y así hasta el anochecer.

Entonces, las puertas del cementerio se cierran y las del edificio 'okupado' se abren para dejar salir a los visitantes. Los nuevos inquilinos del edificio se quedan un rato vigilando y después se refugian en sus sacos para compartir una cena. Siguen debatiendo sobre derecho a la vivienda, sobre oferta cultural y social, sobre política, fontanería, medios de comunicación y un largo etcétera, mientras miran de reojo al exterior por si llega el temido desalojo.

A pesar de la denuncia interpuesta por la Funeraria, los jóvenes mantienen que, al llevar tantos años deshabitado, "esto no es un allanamiento". Tampoco les sirve el argumento de que se trata "de un monumento histórico artístico": "¿Y qué? ¿No se puede utilizar? La Biblioteca Nacional también es un monumento, y es una biblioteca", alegan. No lo entienden porque siguen sin creer en Constituciones. Ni en los fantasmas de los empleados del cementerio que vivieron entre esos muros. Los vecinos siguen sin protestar, y ellos se saben arropados en la tranquilidad de la noche. Dure la calma lo que dure.





* Madridiario - Celia G. Naranjo - 09-10-2008
Foto: Celia G. Naranjo, madridiario.es

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