Ciudades sin alma

FRANCESC TORRALBA TORELLÓ* : Una de las constataciones que podemos reseñar cuando pensamos en las grandes ciudades del mundo es que, al contrario que las ciudades en un sentido tradicional, son espacios crecientemente problematizados. En ellas se concentra cada vez más pobreza, aumenta la población excluida y se evidencia la desigualdad social como nunca antes. Son el origen del cambio climático y de la insostenibilidad ambiental, en ellas se constatan la mayor tasa de suicidios y de enfermedades mentales. En ellas la soledad y la anomia atormenta a millones de personas y los síntomas de violencia urbana son crecientes.

¿Significa esto realmente la muerte de la ciudad tal y como vaticinaron los sociólogos de la década de los sesenta del siglo pasado? En parte la respuesta es afirmativa, pues estas grandes ciudades ya no son de hecho ciudades, sino macrourbes. Se pueden definir como no lugares, donde la gente se desencuentra, donde la movilidad motorizada se ha convertido en una obligación para muchos y es una de las causas que lleva a la vulnerabilidad y a la inaccesibilidad, donde la vivienda ha perdido su sentido de valor de uso sustituyéndose por su una naturaleza mercantil como valor de cambio, donde los espacios públicos se inutilizan, donde los servicios públicos se privatizan, donde los barrios pierden su variedad y riqueza urbana, donde se asienta la desconfianza y el miedo al otro.

Las grandes ciudades se han convertido en un gran contenedor desordenado, de espacios públicos, de barrios, de polígonos industriales, de viviendas, donde los tipos de espacio se separaron convenientemente con el triunfo del urbanismo funcionalista, convirtiendo a la ciudad en un tipo de anticiudad.

Frente a ello, se debe reivindicar el barrio, pues el barrio es la unidad básica para reconstruir la ciudad. La revalorización y reconocimiento del barrio viene a ser considerada como una escala adecuada para resolver los múltiples, graves y crecientes problemas de las grandes ciudades. El barrio es una escala fundamental para el análisis de los problemas económicos sociales, urbanos o ambientales de las ciudades, que pone en contacto las políticas con la realidad social y facilita la definición de soluciones. Hay que recuperar a éste, para igualmente recuperar la ciudad, pues la ciudad son sus barrios.

Ya hace tiempo que la vivienda ha perdido su función social, se ha tornado inaccesible para los grupos sociales más desfavorecidos y especialmente para los jóvenes. En nuestro país, las políticas de la vivienda se han orientado hacia su vertiente económica, obviando su vertiente más social. El marcado carácter económico otorgado a la vivienda se ha asentado en una estrategia desbocada hacia la producción de viviendas apostando, simultáneamente, por un régimen de propiedad de las mismas, lo que ha provocado un fuerte desequilibrio en el mercado inmobiliario.

Sobre el sobredimensionamiento del parque inmobiliario, se esconde una terrible paradoja: por un lado, la destrucción del territorio y un excesivo número de viviendas desocupadas y secundarias, y por otro, una inaccesibilidad para los jóvenes y los colectivos más vulnerables.

La ciudad, el barrio y la vivienda, son los espacios a considerar para aplicar las políticas sociales: políticas de ciudad, de barrio y de vivienda. No pueden obviarse y tampoco separarse, pero estamos instalados en una no-política que ha llevado a devastar nuestras ciudades, a la creación de barrios gueto y a la mercantilización de un bien básico como es el alojamiento. Frente a la crudeza de la situación, no podemos prescindir, como diría David Harvey, ni de los planes utópicos ni de los ideales de justicia.




* Fórum Libertas - Opinión - 19.03.10

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