«Mobbing» a trece ancianas en su corrala

ABC/Madrid* : Luisa, Adelaida, Ernestina, Juanita, Ángela, María... Son algunas de las «abuelas coraje» que resisten, contra viento y marea, a que las echen de su casa sin más ni más. Eso es lo que les ronda por la cabeza. Todas tienen ya sus años encima. Algunas son octogenarias. Viven en una corrala antigua, preciosa, en el número 7 de la calle de Ventorrillo, en el corazón de Lavapiés. Sus contratos son de alquiler, irrisorios, pero legales. La actual propiedad del edificio, la empresa Sistemas 23 S.L., está reformando el inmueble -con las ancianas dentro- para albergar mini-pisos de lujo que, después, se alquilarán a precios de mercado. «Nosotras les sobramos, claro. Y nos están haciendo la vida imposible. Nos acosan», dicen las abuelas.


La finca se encuentra en obras. Salta a la vista. La fachada está cubierta con una red. Nada más entrar vemos un dibujito donde se avisa de la necesidad de usar casco. Los obreros van de un lado a otro. Nos miran con recelo, en especial, cuando escuchan el sonido de la cámara fotográfica. Todo está apuntalado y las vigas se amontonan en el patio.

Cerradas o en obras

De las 43 viviendas que hay en Ventorrillo número 7, sólo doce o trece siguen habitadas. Son las de nuestras «abuelas coraje». Las demás están cerradas a cal y canto, pendientes de que entren los obreros, en unos casos, o ya están sin tabiques interiores porque se está produciendo la reforma, en otros.
A través de las ventanas de los pisos a medio remodelar, se observan, todavía, las bombillas colgando de la pared, los azulejos que tenía la diminuta cocina o el papel de colorines que decoraba el reducido salón-comedor de esa vivienda cuyos inquilinos ya no están porque o les finalizó el contrato de alquiler o han llegado a un acuerdo con la empresa propietaria del edificio.
Hay grietas por todo el edificio; a cada milímetro. Da miedo. «Esto nunca ha estado en ruina. No lo está. Nos lo dicen para meternos miedo», asegura Ángela Guallart, a punto de cumplir 74 años. A su lado, Adelaida Salas, de 82, la apunta: «Lo que sí es cierto es que estamos como en el aire. Como están quitando todos los tabiques, los de todas las casas desocupadas de las tres plantas, estamos como en volandas. Los golpes que dan los obreros son horribles. Retumba todo. Creo que hay peligro. Vivimos en ascuas, en un temor constante».

«Como si estuviera hueco»

«Es verdad -interviene, de nuevo, Ángela-. Mi nieta da saltos en la casa y todo retumba como si estuviera hueco». Hay una palabra que está en boca de todas: intimidación.
-«Nos están haciendo «mobbing»», dice Juanita Fernández, 62 años y vecina de Ventorrillo 7 desde el año 1969.
-«¿Qué dices que nos hacen?», pregunta Luisa Martín, 82 años, vecina de la corrala desde que tenía siete años.
-«Pues que nos asustan, acosan, nos hacen la vida imposible a base de golpes, ruidos, grietas, polvo y suciedad. Que están reformando esto con nosotras dentro y sin que nos den una solución», replica Juanita.
La solución, para todas ellas, es que les trasladen temporalmente a otro piso y, cuando acaben las obras en la corrala y quede tan bonita como pretenden, a ellas que las devuelvan a sus casas, también reformadas. Tendrán que abonar más alquiler. Lo saben y no les importa siempre que no sea excesivo porque sus pensiones, en el mejor de los casos, no superan los 600 euros al mes. Eso nos dicen. Ahora pagan una renta de entre de entre 40 y 75 euros al mes. Sus contratos son indefinidos. De ahí, que todas defiendan su derecho a permanecer en estas viviendas después de los arreglos.

Desde marzo

El calvario para estas mujeres empezó en marzo. La mayoría de las 43 viviendas de esta corrala estaban entonces habitadas y todos se llevaban muy bien. No había problemas. Todo era régimen de alquiler. De muchos tipos y duraciones. Lo sigue siendo. Hoy, sólo quedan las «abuelas de Ventorrillo», como las conocen en Lavapiés.
Adelaida Salas nos cuenta el proceso. «No teníamos problemas. Es cierto que el edificio tenía que arreglarse porque había humedades. El Ayuntamiento lo sabía y no hacía nada por forzar al antiguo casero a que lo adecentara. El antiguo casero murió y en marzo, después de pasar por varias manos, la corrala la compra la empresa que está ahora. Ahí empezó nuestro padecimiento. Van a construir pisos de lujo. La mayoría de nosotras tiene un contrato de alquiler de antes de la guerra, con unos derechos, y no nos pueden echar. Como no tenemos seguro que si nos vamos para que hagan las obras de reforma vayamos a volver, pues aquí estamos hasta que nos lo aseguren, por escrito, si es necesario».
Adelaida no se rinde. Está operada de cadera y lo que más teme es tener que ir, por la noche, al WC comunitario que hay en el pasillo de su planta. Un horror porque está sucio y abandonado. Ella, en su casa, no dispone de servicio. Alguna de sus vecinas sí ha podido hacerlo -con permiso del antiguo casero- en unos poquitos metros cuadrados que robaron al resto de la vivienda. Con un lavabo y un retrete se apañan y eso que, en algunos casos, casi hay que entrar de lado por lo estrecho que es el baño.
«Lo que menos quiero es dar pena», dice Juanita, con lágrimas en los ojos. «Lo que nos está pasando es una pesadilla. Ya hemos recurrido a todos los sitios y nadie nos da una solución. ¿Salir de aquí? Lo que nos tienen que asegurar es que vayamos a volver», añade. Estas palabras Juanita nos las cuenta mientras visitamos a su vecino Ramón Tebar, un anciano postrado en cama, enfermo de los bronquios, del corazón y con una sordera severa. La mujer de Ramón, María, no está en casa. Ha ido a su sesión de rehabilitación porque acaba de operarse de una rodilla. La casa de este matrimonio es lo más parecido a un dedal. Chiquitita, pero les ha dado para poner un retrete pequeño, con lavabo y todo. De cualquier forma, las paredes muestran, con toda su crudeza, las grietas y las humedades que se han adueñado de todo el edificio.
La polémica, no hay duda, está servida entre las «abuelas coraje» y la empresa propietaria del edificio. Son las dos caras de una misma moneda. Pasan los días y, mientras tanto, un puñado de ancianas, con edad suficiente para que las dejen en paz, están en jaque porque no saben muy bien dónde ni cómo acabarán viviendo el día menos pensado.






* ABC - Madrid - MARÍA ISABEL SERRANO - 25 de noviembre de 2007
Foto: Ramón, uno de los vecinos, está enfermo y no sale de la cama /Ignacio Gil (ABC)




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