Labros.- ¿Otro desaguisado?

ANDRÉS BERLANGA/Guadalajara* : Quede constancia escrita: se va a cometer un desaguisado. El lugar se llama Labros, un pueblo tendido al sol en la ladera de un cerro, en la paramera de Molina de Aragón; el lugar de ‘los cielos más limpios de todas las Españas”, en palabras de Serrano Belinchón. Allí habían conseguido que la torre desmochada (siglo XVI) -que apenaba el ánimo nada mas verla- se restaurara al fin, igual que su arco románico (siglo XII). Y también impidieron que el sabinar que abraza al pueblo fuera arrasado hace ocho años. Al pie de ese pueblo está la Plaza, con tres edificios peculiares uno al lado del otro: lo que fue Biblioteca (la única antes de la Guerra Civil en muchas leguas a la redonda), la Carnicería comunal y la Fragua. Los tres escalonados edificios forman un conjunto de una planta, con tejados de teja árabe. Y delante de la fragua está el porche (allí llamado Portegao), con soportes de piedra para los pilares añosos de sabina, donde aún perduran incrustadas las cabezas de los clavos que el herrero fabricaba hace muchos, muchos años. Todo eso va a ser destruido.

Poco importa que una y otra vez Labros aparezca en los libros como un ejemplo. Bajo ese tinado, abierto a los cierzos, y también dentro, entre paredes donde cuelga la memoria de lo que fue un pueblo campesino (arados, colleras, colmenas de vaso, hoces o zoquetas, serones, albardas, cedazos… donados por los labreños) se celebran reuniones comunitarias, fraternas, donde cada cual aporta lo que puede. La vieja fragua, cedida por el Ayuntamiento, se restauró por cuenta de la Asociación de Amigos de Labros como Centro Cívico en 1983. Es una seña de identidad más en “el conjunto del pueblo, que ofrece una buena imagen”, según el último estudio aparecido en el libro Arquitectura popular de Tierra Molina, donde se reproduce precisamente (pag. 231) la fotografía de ese Portegao, como testimonio de la cultura tradicional.

Si se precisan espacios más amplios o más nuevos o con otras finalidades, ¿por qué no acondicionar el interior, sin tocar su exterior, su estructura, sus materiales, su volumen; es decir, lo que ha sido un patrimonio secular, bello, irrepetible en la cultura rural, tan sabia como humilde? Si se necesita levantar un local de nueva planta, ¿por qué no hacerlo en un solar o en cualquiera de las casas a medio hundir o donde no sea un atentado ?

¿En qué cabeza cabe que todo ese patrimonio de la arquitectura popular de siglos se vaya a destruir, para después sustituirlo por no se sabe qué? ¿Hay que resignarse? Quizás sí. O quizás no. ¿No hay nadie ahí que ponga cordura? ¿Es el propio Ayuntamiento quien quiere acabar con todo esto?

Por si acaso, quien quiera contemplar lo que el libro citado califica de ‘pequeño pueblo, armonioso en su conjunto’ que acuda hoy mismo, o mañana. Porque pasado mañana puede ser ya demasiado tarde.




* Nueva Alcarria - Opinión - 10.07.10

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