Aburridos del Plan Rabassa

MANUEL ALCARAZ RAMOS/Alicante* : Lo confieso: estoy harto, absolutamente harto del Plan Rabassa. Y creo poder decir que algunos buenos amigos y amigas sienten lo mismo que yo. ¿A alguien puede sorprender esta confesión? Va para tres años que algunos orquestamos una pequeña sublevación de las conciencias, en esta ciudad de llanuras éticas, para oponernos a lo que nos parece la mayor aberración urbanística de la historia moderna de Alicante.

La sensación, ahora, es ambivalente: sabemos que hemos conseguido, sin asesores a sueldo ni dinero a espuertas, crear una corriente de opinión crítica lo suficientemente importante como para convertir el Plan Rabassa en un símbolo de otras muchas cosas que en la ciudad sólo se atienen al beneficio privado y a la sinrazón urbanística: ni un solo técnico independiente y respetado ha apoyado el plan, el asunto dio como para que tuvieran que cambiar al redactor del PGOU -poniendo de relieve la miseria política del anterior alcalde- y al portavoz del PSOE, y hasta hubo voces discrepantes entre el empresariado y el PP. Lo nunca visto. Pero, a la vez, somos conscientes de que, por mucha fuerza que atesoremos, estamos destinados, según los parámetros habituales, a la derrota. Salvo, claro está, que el plan lo paren los tribunales, lo que es más que probable. Pero esa perspectiva nos conduce a nuevos años de elaboración de papeles, de pérdida de horas de sueño o trabajo, de rascar el bolsillo. ¿Por qué lo hacemos?
Bueno, yo diría que lo hacemos, aunque estemos hartos del Plan Rabassa, porque alguien tiene que hacerlo, porque si ese hueco no lo cubriera nadie esto ya no sería una sociedad democrática y libre. Y no crea usted que es fácil: muchos luchadores de las primeras semanas se han ido sumiendo en el silencio y no escasean intelectuales de firma fácil que se resignan con una facilidad pasmosa con tal de poder seguir repitiendo que aquí no es posible cambiar nada. Otros críticos se oponen, por fin, pero con una frialdad burocrática que les augura plan para hoy y hambre para mañana. La verdad es que es difícil seguir removiendo conciencias, en la medida en que la madeja se enreda jurídicamente. Tener enfrente maquinarias políticas y empresariales potentísimas jode, por decirlo con claridad. No sé si Sonia Castedo y Enrique Ortiz, o viceversa, han unificado ya sus servicios de agitación y propaganda, pero bien podrían hacerlo en cualquier momento; seguro, además, que la Obra Social de la CAM les daría una subvención. Pero el reparto de faena está muy claro: unos repiten machaconamente lo de la necesidad de empleo y vivienda y otra distrae a la concurrencia con sus macetitas. En conjunto el sepulcro queda muy blanqueado y los cadáveres inconfesables se pudren con prudencia. Y, mientras, a ver si nos aburrimos. Pues sí, yo estoy aburrido, muy aburrido del Plan Rabassa, de repetir que nadie es capaz de explicar en qué se beneficia la ciudad entregando a uno sólo de sus ciudadanos 4 millones de metros cuadrados cuando no se están comprando casas, cuando hay miles vacías, cuando ese mismo ciudadano podría haber hecho VPO y no ha querido, cuando podría estar construyendo en otros sitios y no lo hace, cuando abusó de la buena fe de cientos de personas creando una oficina para su mayor gloria, cuando sus fabulosas ganancias de estos años podrían invertirse en otros asuntos.
Y estoy aburrido de haber ido a otro pleno municipal -al menos hoy no me ha sacado la policía- para no escuchar de la alcaldesa ni un sólo argumento favorable y, sí, unas cuantas mentiras y banalidades contra la oposición. Alcaldesa, por cierto, que se ha reservado la concejalía de Urbanismo, igual que los generales golpistas de repúblicas bananeras gustan de guardarse el Ministerio de la Guerra. Pues eso: otro pleno aburrido y burocrático. Y más cuando es imposible no deducir que la primera decisión, la básica, la radicalmente concluyente sobre el Plan Rabassa, se adoptó en un despacho, con muy poca gente alrededor de una mesa y con unos gestos o pactos implícitos que, seguramente, nunca conoceremos. Y así se va haciendo/deshaciendo la ciudad. Y eso no cambia. Aunque forren la parcelita, a la espera de que otros tiempos aseguren la rentabilidad, con 4 millones de césped artificial que daría gloria, que a lo mejor se ve desde la luna y eso es bueno para el turismo.
O sea, sí, que estoy, que estamos hartos y aburridos del Plan Rabassa. Pero, aún, no lo bastante como para tirar la toalla, para sumirnos en esa rendición y doma que algunos tanto ambicionan para poder justificar sus cobardías. Incluso en algún momento se nos trató de insultar aludiendo a extrañas componendas económicas o políticas -¿cuántos imbéciles predijeron que todo era un montaje para "montar" una candidatura?-. Creo que a estas alturas nadie lo piensa, aunque, claro, se cree el ladrón que todos son de su condición. Eliminadas las que mueven a los señores de este mundo, las razones para perseverar son diversas y pueden discurrir desde el masoquismo hasta el amor leal a la tierra. La mía es muy sencilla: harto y aburrido, aguanto, diciendo stop al Plan Rabassa, para poder mirar a los ojos a Ortiz y preguntarle: "Enrique: ¿hasta cuándo exprimirás a esta ciudad?"; para poder mirar a los ojos a Castedo y preguntarle: "Sonia: ¿qué compromisos o herencias asumiste para poder acceder a la Alcaldía?".


* Manuel Alcaraz Ramos es profesor de Derecho Constitucional de la UA.





* Información - Opinión - 7.12.2008

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