Urbanizaciones 'inurbanas'

RAMÓN FOLCH* : Este hombre urbano se ve fácilmente embaucado por cualquier promotor sin escrúpulos que le vende una parcela empinada, mal orientada y sin agua donde, no por nada, el hombre rural nunca levantó edificación alguna. Por eso crecía en ella el bosque, y es por ese conjunto de desgraciadas circunstancias por lo que ahora el hombre urbano, codiciando el bosque, contribuye a destruirlo levantando una mala casita en un lugar bello para ver, pero incómodo para vivir".

Hice estas expeditivas consideraciones en un montaje audiovisual con guión conjunto de Manuel Cervera y Rafael Balada. Se llamaba L'home i la natura. Hoy tal vez se llamaría Les dones i els homes i la natura, aunque el nombre sensato seguramente debería haber sido Els humans a la natura. A la vista está, pues, que tiene años. Muchos, más de 30: es de 1977. Era uno de los materiales generados por la Campanya per a la Salvaguarda del Patrimoni Natural del Congrés de Cultura Catalana. Lo cito ahora porque, a pesar de su tono encendido, propio de la época y de mi edad de entonces, describe una realidad que bien poco ha cambiado tres décadas después.

TAN POCO, que el Consell Executiu de la Generalitat de Catalunya acaba de aprobar --ya era hora-- un anteproyecto de ley de mejora de urbanizaciones con déficits urbanísticos. Más claro, imposible. Si una urbanización tiene tantos déficits urbanísticos que precisa una ley correctora es que no es una urbanización. Pues en tales condiciones tenemos algunos centenares de ellas. Centenares de urbanizaciones inurbanas con 30, 40 y hasta 50 años de impávida trayectoria. Una vergüenza.
El anteproyecto de ley parte de la constatación de que en Catalunya hay unas 2.300 urbanizaciones, de las que 400 ocupan suelo legalmente no urbanizable. Digo legalmente, porque gran parte de las 1.900 legales ocupan suelo lógicamente no apto, tampoco, para la urbanización. Solo un par o tres de centenares, a lo sumo cuatro, están donde pueden estar, si aplicamos una buena lógica territorial y urbanística, atendiendo criterios de pendiente, cubierta vegetal, conectividad, orientación cardinal, etcétera. Baste pensar que hay unos 900 municipios en Catalunya: tocan a casi tres urbanizaciones por municipio, un despropósito.
Los promotores de la época compraban suelo rústico por hectáreas, le metían cuatro viales mal asfaltados y lo vendían a tanto el palmo cuadrado. Vendiendo a 50 tan solo la mitad del suelo que habían comprado a uno, los promotores se enriquecían, claro está. Un negocio redondo. Las acometidas de agua y electricidad, el alcantarillado, la depuración de aguas residuales, la recogida y tratamiento de residuos y otros componentes básicos del proceso urbanizador eran elementales, insuficientes o sencillamente inexistentes. Eso amén de lagunas oceánicas en la fisiología urbana básica: densidad mínima deseable, transporte público, accesibilidad, equipamientos comunitarios, etcétera. Por eso buena parte de esos espacios urbanizados permanecen sin edificar.
Llamamos intensidad energética a la relación entre la energía consumida por un sistema económico y el PIB generado. De igual modo, podríamos hablar de intensidad territorial. ¿Cuánto territorio urbanizado tenemos para generar el PIB que generamos? Nuestra intensidad energética es inquietantemente alta (demasiada energía para tan modesta producción) y aumenta, en tanto que la media europea es menor y sigue bajando. Con la intensidad territorial, más de lo mismo. En los 900 núcleos municipales compactos (en la práctica, en los 400 mínimamente grandes) viven 6,5 millones de personas; en las 2.300 urbanizaciones, solo 625.000. Una intensidad territorial demasiado alta.
Los conflictos territoriales que de ello se derivan son considerables porque, más aún que las clamorosas deficiencias en los servicios, las urbanizaciones adolecen de un grave problema de concepto. Su baja densidad y su alta dispersión distorsionan la movilidad: alta demanda viaria, muchos coches llevando poca gente y grandes consumos de gasolina (que inciden sobre la alta intensidad energética...). También generan serias dificultades de gestión municipal sobre un espacio urbanizado demasiado extenso (alumbrado público, recogida de residuos, etcétera). Podríamos seguir con la baja cohesión social, con la falta de identificación de los parcelistas con su municipio o con la problemática de los fuegos forestales, pues muchas de las parcelas, inadecuadamente inmersas en pleno espacio forestal, son un quebradero de cabeza cuando se declara un incendio.

POR TODO ELLO pienso que el aspecto más interesante del anteproyecto de ley es la puerta que abre a una reducción del espacio urbanizado, al menos a costa de las parcelas aún no construidas. Creo que deberían plantearse reagrupamientos y compactaciones. La esencia del urbanismo, al fin y al cabo, es concebir y financiar mecanismos para hacer posible este tipo de cosas. Son las que lleva a cabo cualquier plan parcial reagrupando tenencias y repercutiendo costes y beneficios marginales. Me parece muy bien que los poderes públicos traten de ayudar a los parcelistas para que vean superadas las deficiencias en sus falsas urbanizaciones, pero más necesario todavía me parece reducir nuestra exagerada intensidad territorial. De lo contrario, no pasaremos de legitimar el despropósito y de subvencionar su mantenimiento.



* Socioecólogo. Director general de ERF, miembro de la Comissió d'Urbanisme de Catalunya.



* El Periódico - Opinión - 10/7/2008

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