Ná te debo, ná te cobro

CARLOS LUIS RODRÍGUEZ* : Raquitismo fiscal y desorden urbanístico son manifestaciones de una misma dolencia: el paternalismo político galaico. Podría definirse como el empeño en tratar al vecino como menor de edad, acostumbrándolo a vivir sin obligaciones. No cobrar tributos y hacer la vista gorda con la casa ilegal o el galpón sin licencia forman parte de una cultura que comparten, en mayor o menor medida, regidores y electores repartidos por todas las siglas reinantes. Por ceñirnos a lo fiscal, las pautas que siguen cantidad de concellos del país se resumen en la letra de La bien pagá. Ná te debo, ná te pido, o lo que es lo mismo, nada te cobro, nada te hago.

De acuerdo con este pacto tácito, el alcalde abdica de su condición de gestor, para hacerse mendicante. La energía y elocuencia que debiera emplear en convencer a sus ciudadanos de que compensa pagar y recibir servicios adecuados se emplea en una incesante peregrinación por las administraciones y entidades financieras en busca del parné.

Lo cual ocasiona que muchas entidades locales se conviertan en protectorados. Tienen gobiernos que en la práctica dependen de la generosidad de terceros. Esa dependencia podría romperse con una fiscalidad diferente, pero ¿quién se atreve a tocar ese tabú? Se admite que vivir en esa situación desvirtúa la autonomía local, pero se sabe también que los pioneros que se atrevan a cobrar como es debido serán sacrificados en lo alto de la urna.

Ahí tenemos el ejemplo del mayor fustigador de este pecado fiscal, que es el profesor Xaquín Álvarez Corbacho. Fue alcalde antes que experto, sufriendo en sus carnes inexpertas las consecuencias de aplicar el rigor a vecinos que querían otra cosa. Y eso que su peripecia en O Grove data del 79 del siglo pasado, cuando la gente todavía podía ser educada en una fiscalidad local y un urbanismo diferentes.

No se hizo. Entre las muchas cosas que se hicieron en los municipios faltó inculcar la idea de que hay un bienestar colectivo que ha de ser sufragado colectivamente. Así, después de aquel 79 inaugural se sucedieron campañas en las que pocos candidatos osaron destapar el asunto. Alguien, no el amigo Corbacho que bastante tiene con lo suyo, debiera analizar la oratoria de esas campañas porque seguramente nos encontraríamos con que su base fundamental es exigir y reclamar a otras administraciones que hagan esto o lo otro.

No hay que ser demasiado optimista en esta cuestión. El sistema imperante no es bueno ni justo; impide que se tengan servicios adecuados, y trata por igual a los vecinos, con independencia de su renta. Sin embargo parece complacer a todos, incluyendo a los políticos extramunicipales que así tienen dominados a determinados concellos. Estamos ante un círculo vicioso pero que, como sucede con otros vicios, produce un innegable placer.

La de don Xaquín seguirá siendo la voz que clama en el desierto. Contra sus sensatas admoniciones tributarias, está la experiencia de alcaldes que llevan muchos años en esta situación precaria sin que el paisanaje los castigue. Practican una mezcla de liberalismo extremo y paternalismo. Ganan porque no cobran, les votan porque no les pagan, y así van tirando.

¿Cómo convencerlos de que hay otra forma de gestionar? Pues tal vez estarían más inclinados a probar, si el propio Corbacho dejara el Consello de Contas, habitara entre nosotros y presentara sus ideas en una campaña. A ver qué pasaba.





* El Correo Gallego - Opinión - 04.09.2007



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