Las cuentas de la lechera

ALBINO PRADA BLANCO* : Si lo que está pasando en Estados Unidos con los mercados hipotecarios de alto riesgo se asume que afectará a Europa, temo que para España las cosas se presenten especialmente feas. Baste recordar que nuestro notable crecimiento económico descansó estos años en el ladrillo (no se basó ni en nuestro saldo comercial, ni tampoco en nuestra competitividad turística) y en todas las actividades que viven y trabajan para él. Fuimos así campeones europeos en el consumo de cemento, se empezaban aquí más viviendas que en ninguna otra parte, se enladrilló el litoral y se revalorizaban los metros cuadrados (de viviendas, de solares) como la espuma.

Creamos una respetable burbuja que a muchos alegraba la vida y que sólo al Banco de España parecía preocupar de forma casi rutinaria, mientras los gobiernos de turno miraban para otro lado y anotaban éxitos de PIB y empleo. A este entusiasmo edificatorio no sólo contribuían los que decidían la compra de vivienda para vivir en ella sino, sobre todo, los que invertían en un activo de valor creciente. Incluso salió muy rentable endeudarse para invertir; comprar sobre un plano y vender con pingües beneficios antes de que la obra finalizase. Ahora sabemos que la deuda de los españoles creció más que en ningún otro país... y que el riesgo es creciente -con un euríbor que se duplicó en dos años- para muchos endeudados.

Algo de todo esto debían barruntar algunos constructores españoles cuando decidieron hacer caja y reinvertir en el sector del contador (electricidad, gas, carburantes... ) compartiendo o desbancando el tradicional poder de los bancos. Bancos que, aunque no con hipotecas basura a la americana, siguieron facilitando créditos para el explosivo precio de lo comprado por porcentajes crecientes de los ingresos familiares, operaciones con las que acumularon un negocio crediticio nunca antes visto. Así, entre el 2001 y el 2006, el crédito a la vivienda pasó en España de 250 a 600 millardos de euros y ya supone 43 de cada 100 euros prestados por los bancos.

Es éste un panorama en el que, de pronto, algunos parecen haber despertado sorprendidos como damiselas al comprobar las dificultades que para jóvenes y familias con empleos precarios supone acceder a una vivienda y pagar sus créditos. No falta tampoco quien sostenga que España se ha preparado adecuadamente para salir de este lío. Aunque ya empiezan a oírse voces en el sentido de que la situación no es alarmante... siempre que se siga creando o, al menos, manteniendo el empleo. Como nuestros datos de agosto de la Seguridad Social, con una caída de 254.000 cotizantes (60.000 más de pérdida que en agosto de los dos últimos años) superan en bastante a los 4.000 empleos perdidos en Estados Unidos en ese mismo mes, no sé si la lechera del cuento estará perdiendo el equilibrio.




* La Voz de Galicia - Opinión - 15 de septiembre de 2007




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