Especulación y progreso

Manuel Verdú Martínez* : "La gente no puede sentirse solidaria en un sistema donde prima la riqueza individual de unos pocos, algunos con el único mérito de usar el poder público para medrar de la corrupción y especulación inmobiliaria". Aunque se haya dicho que el ser humano es bueno por naturaleza y tienda a la realización del bien, sólo lo es en la misma proporción que su tendencia natural a la injusticia, porque en el uso de su libertad no se adhiere a ningún canon ético ni moral que colija qué valores deben ser de obligada referencia.
Las pautas de comportamiento humano no suelen estar dictadas por el sentido común, sino por el egoísmo, esa tendencia genética a resarcirnos ciegamente sin análisis ni medida de todo aquello que sirve a la propia individualidad, primando más un salvaje instinto de supervivencia que un sentimiento de solidaridad, valor que debería inculcarse a edades tempranas en nuestro proceso de aprendizaje, sin remilgos morales ni ideológicos, pues sin solidaridad no se construye ni sustenta ningún modelo social que contribuya a un desarrollo sostenible y a la felicidad de los seres humanos y del resto del planeta.

Sabemos qué es el capitalismo, la economía neoliberal y de libre empresa, y como en sus patrones de conducta prima el más infame sentido utilitarista, apátrida, incluso inhumano: libre empresa y bajos salarios, esencia de la economía del pleno empleo, en un proceso de competitividad global, mezquina y absurda: todos lanzados a producir mercancías y cosas repetitivas e innecesarias, el mismo producto multiplicado.

La gente no puede sentirse solidaria en un sistema donde prima la riqueza individual de unos pocos, algunos con el único mérito de usar el poder público para medrar de la corrupción y especulación inmobiliaria, que paradójicamente hemos ido asumiendo como un motor de economía y desarrollo, si entendemos por tal, la expansión de la logia del hormigón, ese club o sociedad del nuevo caciquismo y sus tramas políticas, que no ve inmoral acaparar cualquier espacio natural para crear polígonos de ladrillo y campos de golf, con tal de conseguir un enriquecimiento rápido; sin importar no sólo las consecuencias medioambientales y despilfarro de recursos, si no la injusta profundización en una desigualdad cada vez mayor, marginando e hipotecando las vidas de aquellos que no pueden adquirir una vivienda, como los jóvenes y emigrantes subempleados; y todo ello, en un país que tiene el mayor parque inmobiliario de Europa.

Personalmente no entiendo el progreso y menos el progresismo, del que se dice solventará todos los desmanes actuales, eso si, entendido siempre como una utopía de futuro, porque en el presente, lo que llamamos desarrollo no conlleva aumentar la felicidad de la gente y su calidad de vida, algo tan simple como usar la economía al servicio del bienestar social, en un entorno medioambiental sano y una integración cultural, desgraciadamente cuestionada por el ámbito excluyente de algunos políticos de caverna.

*La Verdad 22-12

1 comentarios :

Anónimo dijo...

"Urbanismo y corrupción".
Hasta hace poco nadie nos planteábamos, a la vista de noticias sobre futuras construcciones en nuestras ciudades, interrogantes sobre su idoneidad, criterios de construcción, afecciones al medio ambiente o en qué condiciones se había conseguido el suelo. En la actualidad, y con lo que está cayendo, la simple mención de nuevas edificaciones, un complejo deportivo, segundas viviendas en zonas turísticas o equipamientos de ocio, hacen saltar todas las alarmas. Y así nos preguntamos cosas como: ¿quién ha sido el beneficiario?, ¿se trata de una recalificación legal del suelo?, ¿con qué criterios se ha hecho?, ¿qué recibirá el Ayuntamiento de turno a cambio?
Ciertamente nuestra perspectiva sobre el urbanismo ha cambiado, y eso es bueno. Además, ha quedado más que demostrado que las "medidas liberalizadoras del suelo" aprobadas durante los años de gobierno del PP no han servido para bajar el precio del suelo y las viviendas, más bien todo lo contrario. Quiero creer que no todos los ayuntamientos son corruptos. Hay, y está más que demostrado, gentes decentes que trabajan para conseguir lo mejor para su municipio. Lo tremendo es que tengan que estar demostrando su "honestidad" casi a diario por culpa de unos cuantos corruptos. Por todo ello está claro que hay que modificar las leyes actuales sobre financiación de los municipios o la ley del suelo, causantes en gran medida de los casos de corrupción que todos los días se denuncian.
Maribel Martínez Álvarez - Zaragoza - 24/12/2006 /El País