La ciudad, espejo de los tiempos

CRISTINA MONGE* : Hace unos días se presentaba en la zaragozana librería Cálamo el libro De formas y normas, de la profesora González Ordovás (Tirant lo Blanch, Valencia, 2010). La obra reúne seis artículos que intentan comprender las razones que se esconden tras las ciudades que habitamos para entender mejor la sociedad en que vivimos, y para ello, nos ofrece una cartografía social a través del análisis de la ciudad como espejo de los tiempos. La noción de la ciudad como metáfora y espejo de la sociedad, cuya observación y estudio nos ayudará a conocernos mejor, recorre toda la obra. Huyendo de la idea de ciudad culpable como generadora de todos los males diagnosticados, la autora nos propone profundizar en el análisis asumiendo que "es la morfología social y no la urbana la que finalmente establece para qué sirve y qué significa un lugar y su entorno". La idea de sociedad del riesgo desarrollada por Ulrich Beck explica buena parte de las contradicciones que nuestras ciudades reflejan. Preocupadas por la demanda de seguridad que origina el miedo, se planifican de una forma cada vez más zonificada y menos propensa al encuentro y la mezcla.

El resultado son ciudades donde cada espacio tiene su función, separado de otros espacios y de otras funciones, comprometiendo así la idea de ciudad como lugar de encuentro con el otro. La ciudad ya no es el sitio de mezcla, encuentro y mestizaje donde nos encontramos con el otro, sino que queda reducida al espacio de los semejantes. La unión entre semejanza y cercanía asimila lo cercano a lo conveniente, y por lo tanto, descarta la diferencia.

Si la ciudad es relación, como se afirma en esta obra, nuestras relaciones, y por lo tanto, la ciudad, ha quedado reducida al espacio delimitado por el encuentro con nuestros semejantes. Llevándolo al extremo, esta idea explica el fenómeno de la ciudad privada, con espacios y accesos gestionados por entidades privadas, cuyos habitantes intentan protegerse de los riesgos que perciben en los otros, desentendiéndose también de ellos, y por ende, del resto de la sociedad. La forma de la delimitación y el vallado, refleja un fondo de miedo, inseguridad, protección y la manifiesta voluntad de exclusiva relación con el semejante y absoluta indiferencia hacia el resto de la sociedad.

Nos recuerda la profesora González Ordovás la función que Weber daba a la ciudad como espacio comercial, siendo el hábitat propio de una sociedad de consumidores protagonizada por una burguesía orientada por unos medios económicos racionales, en una sociedad gobernada por el deseo, donde, recurriendo a Lipovetsky, la autora recuerda las ideas de una sociedad "conjuntiva" donde no es preciso elegir. Todo es posible y está a nuestro alcance, según clama la publicidad que inunda el tiempo y el espacio fundido en la sociedad líquida. El "o" --o esto o aquello-- , ha sido sustituido por el "y" --esto y aquello--. Y es que ese deseo infinito y el espejismo de que la satisfacción del mismo conducirá a la felicidad, está en la base de un sistema global de capitalismo de consumo, al menos en la pequeña parte privilegiada del mundo en la que vivimos, donde la libertad se ha convertido en libertad de compra.

En esa lógica, la ciudad debe responder a esa necesidad de consumo, y para ello, el espacio y el tiempo desaparecen en centros comerciales donde la "estética del contenedor" --sin referencias temporales, ni territoriales, herméticos y ajenos a lo que pasa al otro lado de sus paredes-- refleja esta necesidad creada y re-creada de consumo, que produce individuos permanentemente insatisfechos con la necesidad de ver cumplidos sus deseos para satisfacer esas necesidades.

EL OMNIPRESENTE consumo es cuestionado por la idea de sostenibilidad. La autora se interroga sobre la posibilidad de conciliar ciudad y sostenibilidad, entendida ésta en sus tres vertientes económica, social y ambiental. "El impulso de vivir el presente característico de nuestra sociedad en detrimento de cualquier otra consideración a medio y largo plazo puede poner en grave riesgo la continuidad de algunas de nuestras preferencias". La sostenibilidad, sin embargo, supone en expresión de Daniel Innerarity, "sentar al futuro a la mesa de negociación" y hacerle partícipe de las decisiones del presente. Por eso la sostenibilidad, entendida de este modo, es un compromiso ético con todos los habitantes del planeta, presentes y futuros, que necesita de un nuevo contrato social donde se explicite el compromiso de toda la sociedad.

Esta es una obra de crítica para la esperanza: crítica fundamentada en un riguroso análisis que se interroga por los fondos de las formas, para a partir de allí generar la esperanza en el futuro. Esperanza que la profesora González Ordovás describe en forma de aspiración: "Que la ciudad no sea Estado sin sociedad ni sociedad sin Estado, que la forma urbana no sea consagración legitimante de la desigualdad, que la administración de lo público procure los máximos niveles de justicia sin impedir la espontaneidad que en lo político llamamos libertad".


* Directora de proyección externa de la Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes)


* El Periódico Aragón - Opinión - 15.01.11

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