JOSÉ LUIS RUBIO* : Construiría usted una cabaña brasileña en el Ártico o un iglú en El Cairo? No, ¿verdad? Eso sería una grave incoherencia ambiental. A menor escala, pero con las dolorosas consecuencias que se repiten cada año, nuestro urbanismo se ejecuta con un clamoroso fallo de concepción. Básicamente, ignora olímpicamente la torrencialidad de las precipitaciones en la planificación urbanística del territorio. No sé dónde se encuentran los planificadores cuando cada otoño nos cae el habitual diluvio.
Parece que para ellos es como si no lloviera y, como no llueve, el territorio se urbaniza sin tener en cuenta el régimen pluviométrico de elevada torrencialidad, los efectos y consecuencias de la topografía y geomorfología en la génesis de avenidas, las limitaciones en la capacidad de infiltración del suelo, la capacidad de drenaje, el diseño adecuado del alcantarillado, la dinámica de escorrentías superficiales y los factores que incrementan los efectos de riadas e inundaciones. Se entiende que existe una realidad patrimonial que son las viejas ciudades con antiguos cascos urbanos que constituyen una herencia del pasado que no se puede cambiar, aunque sí adaptar en la medida de lo posible. Lo que no se entiende es que aspectos básicos de la planificación y ejecución del urbanismo continúen haciéndose ignorando premisas evidentes y específicas del contexto natural. Esta ignorancia nos cuesta casi todos los años cuantiosas pérdidas económicas, daños materiales en inmuebles e infraestructuras, enormes procesos erosivos y sedimentarios e, incluso, pérdidas de vidas humanas. Esto se produce cada año en una u otra localidad valenciana. De ello saben mucho en Alcira, Carcagente, Gandía, Alicante, Denia, Beniarbeig... y, recientemente, Sueca.
¿Cómo es posible que esta situación se haya cristalizado y continúe repitiéndose? Existe una responsabilidad obvia por parte de las distintas Administraciones, que en última instancia son las que deben evaluar y, en cada caso, aprobar o no todos los planes urbanísticos. A los profesionales urbanistas se les supone competentes en las actividades constructivas en sí mismas; pero, dado que estas se ejecutan en un medio con unas específicas condiciones y limitaciones naturales, sería lógico que estas se evaluaran adecuadamente con el concurso de los profesionales competentes y que se incorporaran en la concepción de los proyectos. Un urbanista-urbano no está obligado a conocer los factores, casuística y dinámica de las riadas e inundaciones pero, adecuadamente asesorado, sí que está obligado a incorporarlas en sus proyectos y, por su parte, la Administración esta obligada a vigilar para que esto se produzca. Esto implica no crear barreras y contenciones a las escorrentías, prever drenajes, facilitar la infiltración, adecuar vías de evacuación, laminar las corrientes superficiales, mejorar y adaptar lo existente, etc.
Algo está fallando estrepitosamente en este tema. Mientras tanto, ¿qué sitio, urbanización, ciudad o polígono industrial quedará anegado en la próxima lluvia torrencial? ¿Cuál será el costo de no actuar? ¿Hasta cuándo se va a perpetuar esta peculiar situación? De momento, mirando al cielo con preocupación, muchas preguntas y pocas respuestas.
* Las Provincias - Opinión - 27.09.08
Urbanismo salvaje
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29.9.08
por UrbanismoPatasArriba
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Tema: ARTÍCULOS URBANISMO
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