A menos ladrillos, menos chorizos

ANXEL VENCE* : Una organización dedicada a medir el nivel de mangancia de los gobernantes constata en su último ranking que el número de chorizos ha dejado de crecer aquí tras varios años de pertinaz subida. España, que había caído del puesto 23 al 30 en la peculiar liga que ordena de menor a mayor los países más corruptos, consigue mantenerse esta vez; pero ello no quiere decir que hayamos recuperado la virtud y el decoro. Infelizmente, los voceros de “Transparency International” –que así se llama la benemérita ONG– atribuyen el descenso en la cifra de corruptos al derrumbe del negocio inmobiliario que tanto dinero hizo correr por arcas privadas y públicas. No se trata tanto de que haya aumentado el nivel de honradez como de que se estancase el flujo de billetes de 500 euros y, con ellos, las tentaciones en las que al parecer caían algunas de las gentes con mando en plaza de este país. A menos ladrillos, menos chorizos: tal es, en apariencia la deducción a la que han llegado los analistas de “Transparency”, estableciendo así un sorprendente vínculo entre el ramo de la construcción, el de la política y el de los embutidos.

Tampoco es que hayan descubierto América. Basta un somero vistazo a las secciones de economía y/o de sucesos de los periódicos para colegir que la construcción era hasta hace poco un terreno abonado –con billetes– en el que los corruptos florecían con mayor abundancia que el forraje. Nada más natural si se tiene en cuenta que cualquier alcalde o incluso un mero concejal del estratégico sector de Urbanismo disponían de una varita mágica capaz de obrar prodigios en las fincas. Un simple toque de la varita –o el lápiz– de recalificar era suficiente para que empezasen a crecer ladrillos y dinero en un solar hasta entonces improductivo y carente de valor.
Tales milagros requerían, como es lógico, la existencia de políticos de moral distraída que a menudo experimentaron un súbito crecimiento de su patrimonio mientras duró la década de oro del hormigón. Algunos de ellos entraron muy a su pesar en tratos con la Justicia durante ese período que, no por casualidad, coincide con el brusco descenso de posiciones de España en la clasificación de honradez de “Transparency International”.
El reflujo de aquella marea tiene su mejor expresión gráfica en el banquillo que acogió a todo un batallón de encausados por los sucesos urbanísticos de Marbella. Ahí se mezclan en alegre barahúnda los políticos, los constructores, las folclóricas y las gentes de las revistas del colorín para recordarnos que este sigue siendo, por otras vías, el país de Luis Candelas.
Con todo, la ola de mangancia que anegó España al abrirse las compuertas de la especulación podría estar tocando a su fin de ser ciertas las apreciaciones de los observadores internacionales. Del mismo modo que una vez muerto el perro se acaba la rabia, también la corrupción tendería a disminuir con el cierre del negocio que la sustentaba: o eso sostienen al menos en “Transparency” desde su dilatada experiencia en choricería mundial. Ya que no la honradez, será la necesidad la que acabe con el urbanismo basado en la ley de Mahoma, según la cual tanto gana el que da como el que toma. La mejora de posiciones de España en la liga mundial de la corrupción sugiere que se acabó lo que se daba y, por tanto, lo que se tomaba.
Por desdicha, la caída del imperio inmobiliario que ha privado de oportunidades a los corruptos se llevó también el empleo de millones de trabajadores y la ilusión –breve, pero intensa– de que este era un país próspero. A diferencia de otras naciones más aburridas e industriosas, España confió al casino de la vivienda todas sus posibilidades de crecimiento; y ahora no existe un Plan B con el que suturar la hemorragia de paro que está desangrando su economía. Siempre nos quedará, eso sí, el viejo consuelo de ser pobres pero honrados.
anxel@arrakis.es




* Faro de Vigo - Opinión - 27.10.10

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