JORDI BORJA/Barcelona* : No escribimos sobre el espléndido filme Roma città aperta de Rossellini, sino sobre la ciudad y sus espacios públicos, abiertos, de uso colectivo, amables y polivalentes, seguros y sorprendentes, espacios de ciudadanía. Es frecuente la queja por la sobreocupación de estos espacios, por los usos no previstos y molestos para unos y útiles e innovadores para otros. Todos tienen razones, todos serán dignos de que se respeten sus derechos si asumen los deberes correspondientes. En la ciudad, como en cualquier lugar, tiempo o actividad, no todo vale. Pero el espacio público es inevitablemente conflictivo, y cuanta más calidad posea, más conflictos se generarán entre poblaciones y usos diversos. En esos conflictos no vale prejuzgar que unos tienen toda la razón y otros ninguna. Barcelona es una ciudad de moda en todo el mundo. Tengo la oportunidad y el privilegio de que mi actividad profesional me permite viajar por muchos países, especialmente europeos y americanos. La moda, la fama y el atractivo de Barcelona creo que se han extendido en los últimos años.
Es probable que el prestigio de la ciudad, de su urbanismo y de su arquitectura se cuestione en algunas élites profesionales y culturales, pero para las heterogéneas poblaciones viajeras, por turismo o profesión, por estudios o en busca de trabajo, por congresos o por diversión (suponiendo que sean conceptos distintos), por negocios o por relaciones familiares, el poder de atracción de la ciudad es igual o mayor que nunca. Lo cual genera un uso contradictorio de la ciudad.
Desde hace años, los que nos dedicamos al estudio de la ciudad y de los procesos urbanos distinguimos tres tipos de población: los residentes, los metropolitanos (que usan la ciudad central cada día o con mucha frecuencia) y los usuarios intermitentes, estacionales o esporádicos. La ciudad debe dar respuesta a todos, en equipamientos y servicios (oferta cultural y lúdica, en transportes, en policía, en hoteles o residencias, etcétera) y en espacios públicos. Y precisamente los usuarios no residentes son los que más requieren de estos servicios y espacios, pues no disponen de una vivienda-refugio que sea algo más que un lugar donde dormir. A estos se añaden los que de forma permanente o esporádica no disponen de este lugar (en general por falta de ingresos suficientes y a veces por gusto por la aventura) y hacen un uso particular de unos espacios que por su naturaleza son de uso colectivo. El conflicto está servido.
En nuestra cultura la idea dominante es que la ciudad es propiedad de sus residentes. Nunca ha sido así, y ahora menos que nunca. La ciudad históricamente ha sido lugar de paso y de intercambios, de refugio y de libertad, de los que buscan en ella la supervivencia o desarrollar un proyecto de vida autónomo, de los sedentarios y de los nómadas. No se puede distinguir entre usuarios buenos y malos, hay ciudadanos permanentes y ciudadanos esporádicos, con derechos y con deberes. Se pueden exigir estos si se facilita su cumplimiento: zonas urbanas de acampada, servicios sanitarios en el espacio público, espacios donde vivir la noche con música, etcétera. Lo que no se puede es criminalizar a jóvenes por su uso más intensivo de la ciudad, pues están en su derecho de disfrutar de nuestras ofertas y es de nuestro interés que la ciudad mantenga su fuerza de atracción. No imitemos a este personaje siniestro que es Sarkozy. Como dijo Lichtenberg, «los espacios abiertos son universidades y los árboles son libros». Los jóvenes se educan más viajando que en las aulas.
* Jordi Borja, geógrafo y urbanista
* El Periódico - Opinión- 2.09.10
La ciudad abierta
en
3.9.10
por UrbanismoPatasArriba
Unknown
Tema: ARTÍCULOS URBANISMO , NOTICIAS Cataluña
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