FRANCISCO SAN MARTÍN OLEA/Málaga* : Cuando éramos aún niños e incluso ya más crecidos el juego del Monopoly nos entretenía durante muchas horas, y suponía un divertimento donde la sensación de comprar y vender (aquí pongo un hotel y allí una casa, te cambio la estación por...) en el tablero de la Ciudad nos aproximaba a la fantasía de acceder a un poder de decisión que en realidad está sólo al alcance de unos pocos. A pesar del tiempo transcurrido desde que en 1956 entró en vigor la primera Ley estatal del Suelo, una de las cuestiones urbanas donde tengo la impresión que hemos avanzado poco, incluso considerando el periodo democrático de la política local y autonómica a partir de 1979, es en el papel que jugamos los ciudadanos en este gran tablero de intereses que es la Ciudad.
Y ello considerando que después de treinta años de la recuperación de la libertad de opinión, la pérdida progresiva de interés de la ciudadanía por 'la cosa pública', permite añorar un poco la concienciación y el compromiso de los antiguos movimientos vecinales, hoy posiblemente sustituidos por una aparente participación de gente próxima a los partidos políticos, faltos de una posición crítica más allá de que le arreglen un bache de la calle, limpien la pequeña plaza ó le financien la verbena.
En los últimos años, al menos en esta tierra nuestra malagueña que inspiró no sólo a artistas sino incluso a una clase dirigente de aquel siglo XIX que impulsó la economía local dejando también una huella urbana, que hoy aún reconocemos y que en muy pocas ocasiones ha sido superada por su calidad, capacidad funcional y belleza arquitectónica, sin embargo venimos observando que la renovación y transformación del espacio colectivo responde a políticas muy contradictorias, en una práctica al uso entre el Municipio y la Comunidad Autónoma.
No sé como lo hemos logrado en Andalucía, pero hemos hecho del 'Urbanismo de la Ciudad' no sólo un gran galimatías normativo, a base de aprobar leyes, no sólo de carácter urbanístico y territorial, sino también sectoriales (de Carreteras, Patrimonio, Vivienda Protegida, Medioambiente...), que no dudo que contienen determinaciones lógicas y sensatas, pero que entre todas han construido un elevado muro burocrático entre la génesis del Proyecto Urbano, ó sea 'LAS IDEAS', y su instrumentación legal para llevarlas a la práctica, donde los ciudadanos sólo son parte de la tramitación.
El problema que se suscita con esta situación es que 'la cosa pública no interesa a casi nadie' hasta que la actuación toma cuerpo real, ó sea se construye, y en ese momento comienza el verdadero debate ciudadano. Pero entonces, ¿estamos a tiempo de subsanar algo?, sin duda no, y ya sólo nos quedará que el tiempo nos ayude a mimetizar la intervención urbana en el nuevo paisaje de la Ciudad.
Y en este sentido, de una Ciudad que quiere y sus Administradores públicos no dejan de repetir que tenemos que convertirnos en un referente cultural y turístico, podríamos preguntarnos, ¿a qué Cultura y a qué Turismo, nos estamos refiriendo?
Algún ciudadano que tenga la paciencia de leer estas líneas ya estará pensando, se está refiriendo a la nueva actuación en los muelles 1 y 2 del Puerto de Málaga. Lo siento pero no es así, ó en realidad eso sólo es una pequeña muestra de lo que trato de explicar. Y aquí sí debemos volver al juego del Monopoly, donde sólo juegan unos pocos, y los ciudadanos tenemos un papel de meros espectadores de la partida, que sólo nos enteraremos de la actuación cuando sea una realidad construida.
Si ampliamos la visión al marco del territorio municipal, resulta incomprensible que el planeamiento urbanístico, reconocido como el PGOU, se haya convertido en un documento de debate político, muy alejado de los intereses de la Ciudad. Y esto que se encuentra en la génesis del Urbanismo, entendido como 'acción de gobierno', deja de tener sentido cuando va pasando el tiempo desde que se iniciaron los primeros trabajos, creo que hacia 2004, y los supuestos e hipótesis que se barajaron en ese momento para reforzar el nivel urbano de Málaga, languidecen aparcados por una crisis financiera, pero también de valores, de la que se sabe cómo hemos entrado, pero no se tiene ni idea de cómo vamos a salir. ¿El desencuentro continuará?
Y para concluir pondremos un nuevo ejemplo. En estos últimos meses, el país se ha visto sometido a una 'supervisión exterior', motivada especialmente por desconocer el nivel de endeudamiento público y también privado, cuando no es difícil reconocer que hemos vivido por encima de nuestra capacidad real de ingresos. Se ha comentado mucho de unas críticas quizás interesadas, en el caso de la prensa alemana e inglesa, pero lo que no debemos olvidar es que en 1986 entramos a formar parte de un 'Club de países europeos', que sin duda nos han ayudado a modernizar nuestras infraestructuras, pero de los que posiblemente no hemos aprendido ciertas prácticas, donde la renovación urbana de la Ciudad tiene un reflejo claro y evidente.
Hace unos diez años visité la ciudad de Berlín, que en ese momento estaba inmersa en la reconstrucción de un nuevo centro moderno, institucional y comercial, donde la intervención en la Potsdamer Platz trataba de convertirse en una actuación urbana que simbolizara la reunificación de la Ciudad, tras la caída del 'Muro'.
Esta actuación era una operación de inversión pública-privada que requería de una importante capacidad para generar la economía necesaria que pudiera financiar el nuevo espacio colectivo. Nunca olvidaré la exposición de ese Proyecto Urbano y los debates públicos que se producían en un edificio municipal, próximo a la Puerta de Brandeburgo. La gente comentaba las soluciones, observaba las maquetas, los planos y los vídeos del proceso de transformación, incluidas las imágenes de una historia que era su referente, y también nos sentábamos alrededor de representantes públicos y de los arquitectos e ingenieros que estaban interviniendo en esa actuación, para escuchar y preguntar sobre los diversos aspectos de los proyectos, aceptándose sugerencias que aún se pudieran incorporar por su interés colectivo.
Aquello significó para mí no sólo un buen ejemplo de una práctica urbana más próxima a una sociedad civil, democrática y moderna, sino especialmente una forma de dar transparencia y legitimidad a las intervenciones públicas en la Ciudad contemporánea. Hoy aún sueño alguna vez, que a esta Málaga que llevamos en el corazón, lleguen también esas formas de gestionar lo público, porque NEGOCIO Y CULTURA no deben ir por separado, ya que en esto siempre perdemos los ciudadanos.
* FRANCISCO SAN MARTÍN OLEA | ARQUITECTO Y URBANISTA
* SUR - Opinión - 5.07.10
El Monopoly de la ciudad
en
6.7.10
por UrbanismoPatasArriba
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