Aroma de tierra

SALVADOR FRAGA/Galicia* : Otra vez más, está abierto el melón de la Ley del Suelo. El urbanismo, en las sociedades modernas y de modo singular en España, marca una característica línea de fractura entre las élites gobernantes (políticas y económicas) y los ciudadanos. Este roto viene de antiguo y su desgarro, que ahora sacude el seísmo de la crisis, desnuda un estropicio; a la espiral de descontento social no se le ve fin y los vaivenes de timón de los poderes públicos parece que más que aplacarlo lo encrespa. Imposible olvidar que en anteriores reformas legales, con demasiada frecuencia, salió el tiro por la culata. Se quiso abaratar el suelo y el precio se disparó, se quiso dar un golpe de gracia al "feísmo" y los filtros colocados los pasa mejor la mala que la buena arquitectura, se quiso atajar el "riesgo de formación de núcleo urbano" y se alentó la dispersión…como colofón de este contorno irónico se daña algo esencial: la legitimidad y necesidad de tocar en profundidad el marco administrativo del urbanismo junto con la Ley del Suelo.

Dado que no basta con ser bienintencionados para acertar, intentemos una perspectiva clara de la situación. La prioridad, durante siglos, fue el sustento directo de la población con los recursos de la tierra. Galicia se cuajó de adaptaciones pragmáticas, asentamientos de población, soutos de varas, prados, levadas, represas, carreiros, socalcos, cantiles o peiraos, una obra ingeniosa que además perdura como un derroche de gracia y belleza. Y dos lecciones aún vigentes: a) una intervención humana intensiva, ayer y hoy (puente del Tarn de Norman Foster), puede también, ser armónica con una naturaleza inmensa de valores y b) la racionalidad, ayer y hoy, emana del bien entender el lugar.
Ahora bien, hubo un momento en que la geografía pasó de ser territorio a llamarse suelo. La ley del Suelo del 56 marcó el inicio de una epopeya, dar techo en la ciudad al vaciado del hábitat rural. El entramado técnico-jurídico desplegado surgió pues al hilo de un problema muy específico: la provisión extensiva de vivienda urbana. En las siguientes décadas, miles de millones de metros cuadrados construidos (forjado) se levantaron con fogosidad para hacer de España una sociedad de clases medias urbanas con piso en propiedad, coche y guiños al bienestar. El urbanismo, con sus deformidades (resonancia de Valle-Inclán), interpretó un papel dentro de una misión de país.
Hoy la historia y los problemas son otros. La cuestión ya no es la habitación sino la cohabitación. Formamos una democracia sofisticada con un alto nivel educativo, asistencia y servicios públicos donde, si bien cargada de reticencias y fragilidades, se sabe que nuestro territorio es el espacio urbano de muchos en cohabitación difícil con un medio natural escaso. Se ejercen con plenitud los "fingers" de la globalidad (vuelos de bajo coste, internet, dinero digital, autopistas de la comunicación) y, a la vez, la ciudadanía presta oído más atento a los "avisos" de la sostenibilidad (finitud de recursos, cuestión del carbono o salud general).
Si está meridianamente claro que lo que tenemos hoy entre manos nada tiene que ver con lo anterior, ¿por qué no intentar, de nuevo, entender el lugar (ya comentamos que tiempo atrás así se hizo), comprender que reclaman nuestras calles y periferias urbanas (gusten más o gusten menos), y actuar con realismo positivo? ¿No vale la pena tomarnos la libertad y el riesgo de darle unas cuantas vueltas a lo construido en las pasadas décadas de los 60, 70, 80… y mejorar vida, humor y salud en el mundo del urbanismo?¿las viejas prácticas y herramientas no deben ser puestas al día para afrontar nuevas ilusiones?
No se trata de refundar el urbanismo ni de jubilar planes o archivar normas, pero sí es terapéutico drenar el marco técnico-político de cuanto lo obstruye funcionalmente y a la postre lo degrada. Administración, ley y acción política se pueden adaptar y simplificar, mientras se gana en orientación práctica y resolución. Contamos con los conceptos, la técnica y los equipos humanos para afrontar una nueva aventura: recualificar la realidad construida elevándola a objeto de otras bellezas. Un reciclaje intensivo, arquitectónico, social, y urbanístico; útil, tangible y posible. Su horizonte (éxito o fracaso) dependerá de si se asume, o no, el desafío intelectual y político.
Para ello es tan importante acertar como pactar. No se puede tocar una estructura sin tener antes perfectamente claro lo que se va a hacer. Hay que identificar lo prioritario, enunciar con claridad una estrategia y relacionar con precisión, suma y detalles de los contenidos de las acciones. Y desplegar convicción social. Mostrar que la administración del territorio (urbanismo) es, en sí misma, una actividad decente y honesta esencial para el interés general, presente y futuro. Nuestros antiguos conocieron un "pathos" del territorio de Galicia. Ahora, quizás coincidiendo con la salida de la crisis, podemos encontrar el nuestro, el sentimiento de un nuevo entusiasmo. Tras el suelo, se vuelve a percibir aroma de tierra.


* Salvador Fraga - Arquitecto



* Faro de Vigo - Opinión - 22.04.10


0 comentarios :