ANXEL VENCE* : Día sí y casi día también los guardias detienen a algún alcalde en España bajo la acusación de haber ganado pasta gansa a cambio de favorecer ciertos negocios inmobiliarios. Es la resaca de la tremenda borrachera del ladrillo que se vivió en esta parte de la Península durante la última década. A partes más o menos proporcionales, los arrestos afectan a gobernantes del partido conservador, del socialdemócrata, de los nacionalistas y de casi cualquier otro con mando en plaza. Poco o nada pintan las ideologías cuando el olor del dinero trastorna a los políticos hasta llevarlos por la senda del mal común y del bien de su propia cuenta corriente. Cuando el vil parné anda de por medio, cualquier jerarca –sea de izquierdas o de derechas- puede caer bajo la tentación de ingresar en el monolítico Partido único del Ladrillo.
Es natural. Ya el agudísimo y malicioso Quevedo advirtió hace cuatrocientos años que el Poderoso Caballero Don Dinero obra prodigios del todo asombrosos pero no por ello menos ciertos.
Si los cuartos ejercían entonces la magia de recoser virgos, ahora siguen siendo condición indispensable para dotar de pecho a las mujeres despechadas por la a menudo ingrata genética. Y no sólo eso. Un buen fajo de billetes basta también para enderezar por narices los apéndices nasales de las princesas, además de permitir que algunos políticos hagan verdaderos milagros con su presupuesto doméstico. Casos se han visto en esta última y prodigiosa década de gobernantes que consiguieron amasar patrimonios multimillonarios con sueldos mensuales de apenas un millón. Producto sin duda de alguna herencia, contra lo que algunos pudieran malpensar.
Poderoso en verdad, el señor Don Dinero engrasaba cuatro siglos atrás las plumas de jueces y escribanos en opinión del maledicente Quevedo, que acaso no anduviera en buenos tratos con esos estamentos y magistraturas. En el “Sueño del juicio final” el ingenioso Don Francisco aseguraba haber visto a un juez que se lavaba una y otra vez las manos en un arroyo para limpiárselas de lo mucho que se las habían untado en vida.
Felizmente, esas prácticas irregulares han pasado ya a la Historia y sólo las gentes de colmillo retorcido podrían creer que sigan produciéndose a estas alturas del tercer milenio. Cuestión distinta y en modo alguno reprobable es que los narcotraficantes gallegos hayan recurrido ocasionalmente –en su legítimo derecho de defensa- a los servicios de bufetes vinculados a antiguos altos cargos del Supremo o de otros organismos del poder judicial. Pero no hay que confundir churras con merinas.
Paradójicamente, el escalón de poder más beneficiado por la seducción de Don Dinero fue en estos últimos años el municipal que, en apariencia, vendría a ser el más modesto de todos. O al menos, eso sugiere el constante goteo de detenciones de alcaldes, concejales y merodeadores de los consistorios que se viene produciendo durante las últimas semanas.
Todo tiene su explicación, naturalmente. Aunque ayuno de competencias de fuste como la economía o la política de asuntos exteriores, el poder municipal contaba –y cuenta- con una facultad que ha demostrado ser de lo más productiva en la Era del Ladrillo de Oro, cuando aquí se ataban los pisos con longanizas en forma de billetes de 500 euros. No ya un alcalde, sino un mero concejal de Urbanismo pasaba a ser entonces por razón de su cargo un mago dotado de la varita mágica capaz de convertir un monte sin valor en un terreno edificable donde los billetes crecían verdes como lechugas.
Algunos o tal vez muchos cayeron en la tentación de usar la varita y ahora pagan aquellas magias de orden urbanístico con la carga del procesamiento y a veces la del presidio. “Pues que da autoridad al gañán y al jornalero, Poderoso Caballero es Don Dinero”. La España de Quevedo no está tan lejana como parece indicar el calendario.
* Faro de Vigo - Opinión - 19.03.09
El Partido del Ladrillo
en
21.3.09
por UrbanismoPatasArriba
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Tema: ARTÍCULOS URBANISMO
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