Una opinión sobre Sagunt

GIORGIO GRASSI* : El día en que Manuel Portaceli me llamó para comunicarme la decisión del Tribunal Supremo de Madrid de demoler en el plazo de 18 meses el teatro de Sagunt, había acabado de aceptar, después de una larga meditación, el nombramiento por parte del gobierno alemán para formar parte de una comisión restringida para la Reconstrucción del Castillo de Berlín, un tema muy especial y querido en Alemania, discutido durante años, que tiene prevista precisamente la reconstrucción integral del antiguo castillo berlinés de Schlüter (siglo XVII), teniendo como punto de partida únicamente una documentación fotográfica incompleta (no existen ni testimonios de cierta importancia ni dibujos originales o relieves).

La estridente contradicción entre ambas decisiones, derivadas de las más altas autoridades públicas, permite ver cómo, a partir del mismo objeto (mi trabajo, todo lo bien o no que yo haya podido hacer, como por ejemplo en Sagunt), ese mismo objeto es para unos un delito que merece ser condenado sin apelación con la pena máxima y, para otros, por el contrario, es lo que les lleva a elegirme, entre otros muchos expertos que hay en el mundo en este campo concreto, precisamente por lo que he hecho y por la presunta capacidad que he adquirido para juzgar en el campo de la reconstrucción de monumentos. Así son las cosas, aunque cueste comprenderlas y aceptarlas.
Durante estos 15 años siempre he pensado que toda esa gran polvareda de polémicas tramadas por la derecha más sectaria y más basta desde el punto de vista cultural (¡no me digan que Las Provincias, si aún existe ese periódico, es un diario dedicado al renacer cultural del pueblo valenciano!) serviría al menos para que las autoridades revisaran el punto de la ley sobre el patrimonio relativo al tema de la "reconstrucción". Es demasiado burdo, limitado, esquemático e irreal para que también pueda ser justo, en una materia tan delicada y huidiza.
Este punto de la ley, precisamente por su impracticabilidad (las cosas materiales perecen, se consumen, se rompen y se hacen pedazos) es, en realidad, una instigación al delito, es decir, es una instigación para una "reconstrucción mimética" (considerado un delito mucho más grave hoy por cualquier legislación de protección de monumentos en el mundo civil), algo que se ha hecho y se sigue haciendo precisamente en España de forma generalizada.
Por otra parte, un país en el que durante años han seguido haciendo estragos en las costas, las playas y en los bosques, en los paisajes más hermosos y en los lugares más salubres (en el pasado el Levante era, por ejemplo, famoso por sus bellísimas costas y, la misma Valencia, en la que el cauce del río ha sido transformado en un ininterrumpido parque de atracciones o en la que, recientemente, entre los mietkasernen de la periferia de la ciudad han sido colocados unos monumentos a la modernidad tan vistosos, como inútiles y melancólicos), no podía más que conservar como remedio a tanta herida una severa ley como protección de sus monumentos y mucho más si estos no tenían un valor real, es decir un valor venal, y podían tranquilamente ser abandonados a su suerte.
El teatro de Sagunt es un caso ejemplar desde este punto de vista y parece incluso absurdo que haya sido elegido como ejemplo de reconstrucción sólo después de nuestra intervención. Lo que se veía antes de que interviniéramos era en un 80% obra de reconstrucción mimética (y de destrucción mimética porque cuando trabajábamos en el teatro había todavía un albañil que se acordaba de las varias cargas de dinamita que se utilizaron para derribar las partes más inseguras de la ruina, que luego había sido reconstruida y readaptada, precisamente de forma mimética, según la inspiración del restaurador de turno: hay una serie de fotografías como testimonio de todas estas etapas, bien visibles sobre todo entre el año 1958 y el año 1972, cuando se ve cómo crece la ruina y va tomando forma). Este trabajo de reconstrucción se realizó en toda la ruina, en la cavea particularmente, pues no hay ni una sola piedra vieja que sea auténtica, hasta el punto que su perfil no coincide siquiera con su recorrido interior original.
¿Por qué todo esto no se dice en absoluto en la pormenorizada descripción de los delitos perpetrados al monumento? Nosotros hemos dicho y dejado por escrito estas cosas una infinidad de veces. ¿Por qué nunca hemos sido llamados a declarar?
Si ahora la sentencia quiere que el monumento vuelva a su condición original, ¿por qué pide que se detengan sólo en las partes de nuestro de trabajo, un trabajo que lo que quería, no lo olvidemos, era remediar sobre todo la tortura mimética que se le había infligido antes de nuestra intervención, por ejemplo la forma de teatro griego que había asumido la ruina?
¿Por qué el demandante sólo quería esto y nada más que esto? Esta forma de proceder, ¿es justa por ley?
En mi opinión, pero creo que también en la de todas las personas razonables, pensar que se puede devolver a su condición de ruina artificial es absurdo, además de una locura.
Por lo demás esa ley, tal como está, continuará contribuyendo a que se creen falsificaciones, verdaderas y auténticas ilusiones ópticas en lugar de ruinas arqueológicas. Por lo menos nuestro trabajo ha servido para mostrar lo impracticable que es esa ley y lo dañina y nociva que es en los resultados.
Por lo menos nuestro trabajo ha servido para sacar a la luz muchos falsos problemas y muchas falsas esperanzas creadas adrede para las almas simples (la autenticidad de la ruina), nuestro trabajo ha planteado un problema concreto, el del destino de nuestros monumentos, de su supervivencia, pero también el de su reencontrada autenticidad, de su reconocimiento y utilidad, para toda la sociedad, para toda la ciudadanía, incluso para la comunidad a la que pertenece físicamente.
Hace mucho tiempo que nuestro trabajo ha acabado. Ya no nos toca a nosotros defenderlo. Ahora pertenece a su pueblo y a sus habitantes, son ellos quienes han de decidir su destino y no una ley obsoleta en opinión de los mismos juristas y que sólo sirve para crear falsificaciones. Nuestro trabajo ha llevado a cabo su tarea más general e importante, tanto si se conserva como testimonio perenne como si es cancelado, es decir, conducido para ser quemado, metafóricamente, en la hoguera.
A estas alturas es necesario decir (quizás no sea yo el más indicado) que hoy en ese lugar hay también una obra de arquitectura, hay un teatro y hay un museo que es, arquitectónicamente, parte integrante de ese teatro. Quiero decir que hoy allí, en ese lugar, hay una obra que no solamente tiene un valor venal, sino que ha sido acogida y con la que se han identificado no solo quienes la usan y la ven cada día, sino también las miles de personas que la han visitado y discutido sobre ella, que han leído y escrito sobre ella, que han tenido oportunidad de juzgarla a través de las publicaciones internacionales y que ahora se acercan a nosotros y sobre todo al teatro porque desean que se conserve.
¿No es suficiente todo esto? ¿No basta toda esta gran unanimidad de arquitectos, arqueólogos, artistas, escritores, actores, directores, críticos y autores para modificar una ley y proponer como alternativa la suspensión de la sentencia, mientras se aprueba una nueva ley, ahora que sólo una pequeña parte de quienes la habían querido al principio desea que sea ejecutada?
Toca ahora a quienes de una manera o de otra se sienten ofendidos o defraudados por lo que esta sentencia comporta elevar su protesta e indignación, si así lo creen. Ahora porque después será demasiado tarde.


Traducción: Júlia Benavent




* Giorgio Grassi, arquitecto italiano autor de la rehabilitación del Teatro Romano de Sagunto






* Levante-EMV - 17 de enero de 2008



NOTICIA RELACIONADA: Grassi dice que devolver el Teatro Romano a su estado de "ruina artificial" es una locura - Levante-EMV - 17 de enero de 2008



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