El Benidorm del norte

MANUEL BLANCO/LAVOZ* : Con el cielo azul, Santoña y Laredo recuerdan al sur. A la costa mediterránea. A los kilómetros y kilómetros de costa salpicados de ladrillo que han destrozado buena parte del patrimonio paisajístico del Levante. La zona oriental de Cantabria concentra muchos de esos males. Todos se resumen en uno: infinidad de edificios de gran altura pegados a las playas, una gran masa de cemento y ladrillo que genera una sensación indescriptible. De ahogo, quizás.

Dice el presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, que él ha visto a vecinos de estos inmuebles tirar la caña de pescar desde las ventanas de sus casas. Podría parecer una hipérbole. Sobre el terreno, la afirmación gana visos de realidad.

Los 43 kilómetros que separan Noja de Castro Urdiales son un ejemplo claro de cómo se puede desordenar y destrozar un territorio. «Un disparate», admite Revilla. Noja, Santoña, Laredo, Argoña, Guriezo, Castro.... Casi todos los municipios de esta franja costera presentan llamativos excesos urbanísticos de una época no tan lejana, los años sesenta, setenta y ochenta, inmuebles anteriores a la Ley de Costas de 1988 y que seguirán ahí, a modo de ingrato recuerdo, previsiblemente todavía durante unas cuantas décadas más.

Paradójicamente, buena parte de la presión urbanística de estos municipios se origina en el País Vasco. Y ello representa una suerte de contradicción, ya que la comunidad vecina se caracteriza por su disciplina y su orden urbanístico. Miles de vascos disponen de pisos y chalés en la zona oriental de Cantabria.

Las cifras hablan por sí solas. Laredo tiene 14.000 habitantes, pero en julio y agosto su población se dispara hasta los 180.000 de media. Noja, con un censo de 1.400 habitantes, cuenta con 70.000 de media durante el período estival, una situación que se repite en Castro Urdiales, que pasa de 30.000 a 100.000 en verano.

Las autoridades locales aseguran que en estos municipios hay más pisos en propiedad de vascos que de cántabros. Y este hecho genera imágenes llamativas. Al igual que en los ayuntamientos del sur de España -o que en algunas zonas de Sanxenxo, por ejemplo-, algunos barrios de estas villas parecen desiertos en invierno. Durante la semana, hay centenares de persianas cerradas, signo inequívoco de que se trata de una segunda residencia, un tipo de desarrollo urbanístico al que ahora ha renunciado el Ejecutivo cántabro porque, a la larga, puede acabar generando mucho más gasto que riqueza.

El Gobierno presidido por Miguel Ángel Revilla inició hace 14 años un plan, instrumentalizado a través de varias leyes, para tratar de salvaguardar lo que quedaba de la costa cántabra. Sostiene Revilla que, con esta estrategia, han logrado algunos objetivos: «Sabemos que desde Santander hasta el límite con Asturias todo el mundo va a poder disfrutar de esos paisajes maravillosos». Al otro extremo de la comunidad no alude. El mal ya está hecho. Y eso, en materia de urbanismo, es difícilmente remediable.








* La Voz de Galicia - Manuel Blanco | Enviado especial - 6/12/2007
Foto: Laredo (Cantabria) - Haresgod, wikipedia.org



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