La hipoteca como sistema

VALENTÍ PUIG* : Somos la historia de una hipoteca. Hemos hipotecado la casa, el Estado, la parcela remota de los bisabuelos. Todo un horizonte de chalets adosados se agolpa en el pisapapeles con nieve que cristalizó en burbuja inmobiliaria. Teníamos un chiringuito en la playa y creímos estar a punto para ponernos los tirantes anchos de un agente de bolsa. A los dos días de fundar una empresa familiar nos fuimos al Nepal. Así quedó constituido un mundo virtual de ejecuciones hipotecarias. Hubo quien mandó un sobre a la caja de ahorros para entregar las llaves del apartamento con jacuzzi, pero, en realidad, nunca se habían celebrado banquetes de bodas tan fastuosos. Con el cobro de la primera entrega del ERE algunos se habrán ido una semana a Cancún. Todos estamos en alguna terapia de este tipo. De la homeopatía al impago.

Se nos fue la mano con las hipotecas inmobiliarias, ese sabio invento de los romanos siglos antes de que triunfase la sociedad del desperdicio y la autoestima narcisista. El derecho romano que configuró el paisaje de la Europa continental ha pasado a ser como esos cepos que los ayuntamientos te ponen en el coche por estar mal aparcado. Incluso los mileuristas añoran aquella época tan remota en la que al menos podían quejarse de algo. Somos criaturas del sistema hipotecario, por activa y por pasiva. Factores como la burbuja inmobiliaria o los activos tóxicos hipotecaron el sistema financiero. Luego había que ponerles freno a los talibanes del ultracapitalismo. Los gobiernos salieron al quite. Una concatenación de azares y colisiones macroeconómicas nutre hoy las colas del paro. Existen ya cementerios, como los de chatarra, con los restos oxidados de los planes de rescate.

Con qué facilidad las virtudes de la clase media pueden convertirse en vicios, como es pasar de sostener al Estado a depender del Estado. A estas alturas ya nadie confunde el FMI con la FIFA. Los comedores de beneficencia están sobresaturados. Andan hipotecadas la confianza y la credibilidad. Habremos perdido autoestima, un trabajo, capacidad adquisitiva, seguridad y patrimonio. Uno ya habla de los mercados de deuda como quien habla de sus suegros. Y los presupuestos siguen castigando a la clase media, lo que equivale a erosionar el zócalo de la sociedad occidental y, a la larga, del mundo global. Hipotecar de raíz a las clases medias acabaría con el Estado. Como hubo un sistema hegeliano, la hipoteca como sistema se hace Estado.

Empobrecidos por la crisis o en el paro, en el mejor de los casos agazapados en el pequeño ahorro, pedimos más fútbol, más Belén Esteban. Ya hemos hipotecado el carnet del gimnasio, las cuotas de la oenegé, la pequeña empresa autónoma, los cursos de danza de la niña, la colección de sellos de papá, la bicicleta estática, el gin-tonic al atardecer. A saber lo que nos pasa. En televisión, tragamos lo que sea. Pero son malos tiempos para instalarse un home cinema. Se hace ancha la escisión entre la psicología del consumidor y la psicología del ciudadano. De modo irreprensible, el sofá frente a la televisión te asedia con las imágenes triunfantes, insustituibles ya, de la banalidad. Telepresencia de lo cutre. Ráfagas de populismo de derechas o de izquierdas enturbian la ya precaria claridad mediática. Hipotecamos la opinión pública. Época de turboperiodismo, hipotecado por el share.

Hipotecar la memoria histórica fue, de entrada, parte del método. Únicamente ha sobrevivido un teléfono móvil con tarjeta de usar y tirar. Fluctúan imágenes de todo a un euro. Son los fósiles del futuro, con chip y una muestra de ADN incorporada, junto a la fecha de caducidad. Devolvemos las llaves de la memoria para que el olvido se quede con la casa de los padres por ejecución hipotecaria. Llevados por las aguas torrentosas de la deuda hemos visto pasar flotando el mobiliario de nuestros antepasados y, allá en el delta, sedimentan por acumulación las tierras patrimoniales que nunca hubiésemos imaginado que eran hipotecables. Ahí el mando a distancia se ha quedado sin pilas. Entre la telepizza y el zapeo convulso, la memoria de todos se desvanece. Precaria misión para el notario mayor del reino.

El siglo XXI se ha estrenado inventando la megahipoteca, la hipoteca total. Ingresamos masivamente en la era del patrimonio que sólo existe en la virtualidad. Las hipotecas ahora van por décadas perdidas, por generaciones desvinculadas. Fundamentalmente, se trata de hipotecar lo que ni siquiera se va a construir. Es así como han ido evolucionando la geología económica de este siglo, la anatomía del crédito y la inconsciencia de lo que se debe. Cuánta añoranza de la antigua Roma. El Homo videns tomó por real lo que le decían los haces electrónicos de la pantalla, hipotecó el Capitolio y hoy sólo le queda cenar de rollos primavera, en camiseta, mirando por televisión partidos de golf que no entiende. Ni tan siquiera nos anima el tecnofetichismo de los cajeros automáticos o usar a hurtadillas la PlayStation de los chicos. Vamos a hipotecar la OTAN, África, el petróleo. Incluso Obama parece estar hipotecado.

Al final resulta que quien reparte juego es China




* La Vanguardia - Opinión - 24.10.10

1 comentarios :

Bastian dijo...

Yo soy alemán, he vivido casi una década en Francia y desde hace tres años vivo en Catalunya. Os puedo decir que aquí la gente corriente está realmente loca: hacen cosas que en Alemania o Francia sólo haría un rico, o sea una persona con mucho dinero...Yo mismo: ¡¡sólo me compraría una casa si fuera muy rico!!. A parte, los escasos índices de lectura en la población, y también de compromiso político, social o cultural son unas de las explicaciones más plausibles de lo que pasa.


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