El urbanismo depredador

LUIS SÁNCHEZ DE MOVELLÁN DE LA RIVA* : Los urbanistas modernos son los peores depredadores de las ciudades. Todos ellos, con alguna rara excepción, han planificado las ciudades y los entornos urbanos sin pensar en los habitantes, sin comprender nada acerca de las complejidades hoy de lo urbano. La ciudad hodierna, degradada, desequilibrada, con su centro antiguo moribundo, despoblado de personas (o, en todo caso, habitado por clochards u homeless) y asediado por el tráfico rodado, y la periferia expandiéndose, monstruosa y anárquicamente, mientras que los polígonos industriales y los macrocentros comerciales devoran inexorablemente el campo, es el paisaje apocalíptico que el hombre de hoy contempla apesadumbrado y desazonado dentro de su ya inquietante alienación.

¿Qué es lo que han hecho (¿o quizás lo que no han hecho?) los urbanistas modernos? Simplemente, confundirse y confundirlo todo. No han sabido actuar con prudencia y delicadeza a la hora de diseñar una planificación urbana eficaz y a la medida del hombre. No han sabido afrontar con acierto el fenómeno del urbanismo postmoderno. No han sabido encauzar el megadesarrollo del tráfico privado. Se han convertido en unos bufones al servicio del poder político y al albur incierto del ¿libre o intervenido? mercado, altamente especulativo en el campo de la vivienda y el desarrollo urbano.
El resultado es deprimente. Es el triunfo del "no lugar", donde la ciudad ya no existe más, sustituida por aglomerados urbanos sin orden ni concierto y pavorosamente idénticos en cualquier lugar del planeta. Parece como si las ciudades hubieran dejado de tener alma, señas de identidad. Se ha pasado del concepto clásico de la polis griega o de la ciudad-estado medieval a la concepción ultramoderna de la megalópolis, exhibida proféticamente en esa legendaria joya cinematográfica titulada Metrópolis, distopía futurista del cineasta racional-expresionista alemán, Fritz Lang.
Todo este caos, toda esta tragedia urbanística acaece a partir de mediados del siglo XX, en que el urbanista se convierte en sumo sacerdote, casi en oráculo, en figura demiúrgica de la postmodernidad arquitectónica. Este "nuevo orden" del urbanismo, fundado por grandes popes como Gropius o Le Corbusier, ha devenido en soberbia demiúrgica, carente de la más mínima humildad. Los urbanistas ensoberbecidos han elaborado fantásticos proyectos sobre los planos sin contar con los actores principales, las personas. Y esta es la tragedia, sobre todo si comparamos sus proyectos con los de los grandes maestros y creadores de las ciudades del pasado. Como Borromini, creador de la inmortal Roma barroca, o el Barón de Haussmann, artífice genial de la neoclásica Ville Lumière, la imperecedera París.
A finales de la década de los 50 del siglo XX, comienza en Europa y también en nuestra patria, el boom inmobiliario. Fueron los años del desarrollismo y de las grandes emigraciones del campo a las ciudades que hicieron que las periferias urbanas crecieran desaforadamente, sin mesura, sin orden ni control, alrededor del viejo casco de la ciudad histórica. Pero el crecimiento demográfico se ralentizó en gran medida (casi se interrumpió) y los urbanistas continuaron diseñando alocadamente y proyectando planos expansivos como si el crecimiento de las ciudades fuera infinito. La población de las ciudades españolas más importantes, en los últimos cincuenta años, ha crecido de promedio entre el 30-50%, mientras que el tamaño de las ciudades creció sobre el 500 %.
¿Fue la especulación o el bienestar de los ciudadanos los que hicieron crecer exponencialmente las ciudades? Es cierto que el nivel de vida de nuestros compatriotas ha cambiado a mejor desde la era de Franco hasta nuestros días. En la España franquista se vivía estrechamente, sin lujos, con escasos servicios higiénicos, tanto en las casas pobres como en muchas grandes mansiones. Mientras que hoy tenemos dos o tres baños (los nouveaux riches más de veinte) en cualquier casa, e, incluso, mucha gente es propietaria de dos o tres casas en diferentes lugares. Mas a pesar de todo, el cambio no ha sido para bien, ya que hemos perdido la ciudad.
Pero, ¿qué ciudad hemos perdido? ¿La que hoy denominamos el centro histórico? Este concepto de centro o casco histórico es falso. Cuando hablamos de ciudad, hablamos de la que era antes de haber perdido su característica fundamental de lugar de pertenencia y de identificación. De la que se articulaba en torno a la parroquia, la ciudad de la vecindad, de las plazas, de los barrios que constituían pequeñas, vividas y vibrantes comunidades, de los niños que podían jugar y merendar en la calle. Esta ciudad, hoy llamada "centro histórico", está articulada por entidades financieras y negocios fashion de lujo, por un consumo insaciable de día y por un desierto inquietante de tarde-noche, mientras la población se amontona en las banlieues colmeneras o en los condominios lujosos con seguridad privada.
No hay que construir más. Hemos devorado demasiado terreno alegremente. Hay que dejar de construir nuevos barrios de bloques estalinistas uniformes, nuevos polígonos industriales o nuevas urbanizaciones del "quiero y no puedo". Hay que empezar sin demora a reutilizar lo existente, las antiguas fábricas, las vetustas naves, los abandonados cuarteles, hay que recalificar los barrios degradados o despoblados. Hemos de transformar la periferia en centro y volver a dotar las metrópolis con su verdadero significado que no es siempre el de ciudad más grande, sino el de ciudad madre de la propia ciudad.


* LUIS SÁNCHEZ DE MOVELLÁN DE LA RIVA | DOCTOR EN DERECHO. ABOGADO Y ESCRITOR



* El Diario Montañés - Opinión - 21.07.10
Foto: Viñeta urbanismo depredador - J. Ibarrola (eldiariomontanes.es)


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