ORIOL BOHIGAS* : La parte más significativa de la ciudad de Barcelona está en peligro de dejar de ser ciudad. Hablamos mucho –y con tonos críticos y reprobadores– del distrito barcelonés de Ciutat Vella. Discutimos las deficiencias, nos quejamos de ellas y, a menudo, buscamos responsables. Y siempre llegamos a la conclusión de que es un barrio que sufre alguna enfermedad, demasiado dispersa y demasiado cambiante para poder ser justamente diagnosticada y, claro está, curada.
Cuando alguien me pregunta cuáles son los problemas de mi barrio no sé muy bien qué contestar y acabo confesando una incertidumbre que aumenta la gravedad: son muchos problemas y muy variados, que parecen accesorios o anecdóticos, puntuales, pero que, en conjunto, se convierten en un malestar cívico grave. No es suficiente limpiar más y mejor, con vigilar los robos, la prostitución y la venta de drogas, con controlar el civismo de los turistas, con domesticar los top manta y los mercados clandestinos, con reformar las zonas comerciales especializadas en los repugnantes suvenires. No es suficiente dar refugio a los sin techo, con regular las acumulaciones circulatorias, con mejorar los espacios públicos, los equipamientos, los servicios, los usos y la vigilancia. No es suficiente atacar aisladamente cada uno de estos problemas si no existe una política para resolverlos todos ellos en menor o mayor medida. Para eliminarlos todos no puede aplicarse un solo remedio homogéneo, porque no se trata de una enfermedad global, sino de enfermedades con vías autónomas de desarrollo. Y esta es la contradicción: hay que atacar por partes, pero con una tal estrategia que evite un nuevo contagio con las enfermedades que todavía no han entrado en fase clínica.
Para que esto sea posible son necesarias dos decisiones. Primero: un plan estratégico formulado como consecuencia de unos estudios previos, elaborados en profundidad en todos sus aspectos, desde los económicos hasta los urbanísticos, desde los antropológicos hasta los connotadores de la historia de los usos y las implantaciones. Segundo: la organización de un sistema con autoridad municipal que aplique el plan con garantías y sin claudicaciones.
Para componer la estrategia ya disponemos de análisis y, si no los tenemos, habría que completarlos con datos nuevos y particularizados. Por ejemplo: ¿conocemos con certeza por qué se dan tantas diferencias en barrios tan próximos como el Gòtic, la plaza Reial, el Raval, el Born o el Poble Sec? ¿Cuáles son las reales ubicaciones de las mafias que regulan redes conflictivas? ¿Cuáles y dónde están los focos de delincuencia? ¿Cómo se han formado los diversos guetos o cómo se han logrado algunos equilibrios sociales? ¿Qué relación existe entre necesidades y servicios, entre habitantes y viviendas?
Buena parte de estos interrogantes tienen ya respuestas útiles o aproximadamente fiables y, por lo tanto, el tema decisivo es el de aplicar la estrategia con autoridad radical. Ciutat Vella solo se recuperará si el ayuntamiento sigue actuando allí con decisión y con las inversiones económicas que sean necesarias. Con intervencionismo de urgencia. La actual concejala del distrito se dedica a ello con muchos esfuerzos y con eficacia, pero no sé si tiene todo el apoyo que necesita y si dispone de los instrumentos de autoridad. Hay que tener en cuenta que Ciutat Vella se siente cargada de toda la significación más representativa de Barcelona y que ofrece un contenido histórico y vital importantísimo, al que hay que dedicar esfuerzos excepcionales. Hace pocos días, en una reunión de representantes de muchas instituciones barcelonesas de prestigio, con presencia del alcalde, comprobamos que hacía años que la mayor parte de ellos no frecuentaban la Rambla, refugiados en los barrios altos de la ciudad. Este es el problema: no es anormal que la Rambla, sin el calor de la ciudadanía, sea ahora el escenario privilegiado de aquellos –respetables y, a pesar de todo, bienvenidos– que solo la utilizan como un escenario circunstancial. Y quien dice la Rambla, dice toda Ciutat Vella, a pesar de estar repleta de tantos centros culturales y de tantas instituciones de la alta Administración, de las universidades, de los servicios centrales y de los residuos todavía eficaces de las promociones privadas. Y esto ocurre porque el barrio, en conjunto, no es un escenario confortable para la normal ciudadanía. Y esto significa que la parte más significativa de la ciudad está en peligro de dejar de ser ciudad.
Por lo tanto, en aquel plan estratégico, la prioridad será recuperar la confortabilidad para todos los ciudadanos. El problema es saber cómo puede lograrse ese cambio radical. Es habitual referirse a la limpieza, a la seguridad, a los servicios. Pero existe un aspecto que quizá podría ser más definitivo: la transformación de buena parte del comercio que ahora existe, imponiendo desde el ayuntamiento otro tipo de usos. Porque el comercio es el que acaba definiendo la calle. ¿Podemos conseguir un barrio normal y eficiente cuando en su eje urbano principal hay solo cuatro o cinco tiendas no sometidas a un turismo viciado por el suvenir, el fast food, el mercadillo y el cambio de moneda?
* Arquitecto.
* El Periódico - Opinión - 25.10.09
Las enfermedades de Ciutat Vella
en
2.11.09
por UrbanismoPatasArriba
Unknown
Tema: ARTÍCULOS URBANISMO , NOTICIAS Cataluña
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