Sevilla: "Un regalo que pagamos todos"

CARLOS MÁRMOL* : En el críptico código expresivo de los urbanistas suelen denominarse "espacios de oportunidad" a aquellos lugares de una urbe donde puede hacerse algo para mejorar la ciudad entera. Normalmente son agujeros negros, vacíos, áreas donde jamás se construyó o viejas instalaciones en franco declive, como aquel Astillero de la novela de Juan Carlos Onetti. Fábricas antiguas, instalaciones militares abandonadas. Ajados equipamientos del pasado remoto, que es curiosamente el más cercano. Tanto el estadio del Betis, como el del Sevilla FC, eran hace sólo siete años, cuando empezó a elaborarse el PGOU, dos de estos sitios en los que, si se hacían las cosas medianamente bien, existía la posibilidad de beneficiar a toda la ciudad.

A peor. Más de un lustro después se constanta que no ha sido así. No puede decirse además que sea una sorpresa. En Sevilla, a este respecto, nunca hemos hecho las cosas bien, con el agravante de que en el urbanismo, como a veces en la vida, llega un momento en el que resulta imposible rectificar. No resta espacio donde hacerlo o no queda tiempo. Lo peor de lo que ha ocurrido esta semana -la bendición final a la recalificación urbanística del Betis, a la que seguirá dentro de unos meses la del Sevilla FC- no es tanto la estética de las reformas que lideran los dirigentes de ambos equipos de fútbol, sino la aplicación sistemática por parte del Ayuntamiento -el poder que teóricamente nos protege a todos- del mismo viejo patrón de conducta que suele confundir la justicia con el populismo político y el servilismo con la generosidad.

El Betis y el Sevilla, ambos ya con un siglo de historia a sus espaldas como asociaciones deportivas, son hoy día todo lo contrario a esas organizaciones románticas y heroicas que algunos creen, suponen o sienten. Antaño, en otros tiempos, acaso ejercieran el papel de símbolos de las aspiraciones por mejorar mediante el esfuerzo y la tenacidad de la ciudad. Pero, dejando de lado tanto el azúcar como el tremendismo con el que se tratan los asuntos futbolísticos, parece claro que todo esto quedó enterrado el día en que se convirtieron en sociedades anónimas deportivas. Empresas con sus accionistas, sus dueños, sus consejos de administración y su política de inversiones, desinversiones y, como siempre, contención del gasto.

Para muchos sevillanos el Betis y el Sevilla son parte de su vida. En eso no hay nada de malo. Pero esta evidencia, usada generalmente como coartada recurrente para justificar cualquier barbaridad, no importa en demasía en el caso que nos ocupa, que es analizar la conducta municipal con respecto a sus demandas, donde la igualdad y objetividad de trato debería ser la norma. Los clubes hispalenses hace tiempo que buscan triunfar no sólo por la aclamación popular, sino para lograr lo que todas las empresas: ganar dinero. Los títulos deportivos, además de orgullo, dan beneficios en forma de derechos de televisión en un mundo en el que la publicidad es un negocio planetario donde cualquier soporte resulta bueno.

Siendo esto así, no deja de resultar irónico que el Consistorio en Pleno, coincidiendo con sus respectivos centenarios, festeje una vez más el capricho de entregarles en plusvalías urbanísticas 60 millones de euros a cada uno. Un regalo generado de forma artificial por el poder municipal sin más justificación que una decisión política unipersonal. Paradójicamente, este detalle perjudica a la propia urbe, que pierde para siempre la oportunidad histórica de reequipar con espacios libres y lugares de esparcimiento barrios como Nervión o Heliópolis, que quedarán saturados con inmensos complejos comerciales que nadie ha pedido y que, desde el punto de vista de muchísimos ciudadanos todavía silentes, casi nadie necesita.

Todos felices. Ningún partido político levanta la voz contra semejante dislate. Hay silencios muy elocuentes. PSOE e IU aprueban la operación. El PP calla. Pero la responsabilidad máxima, como resulta obvio, es de Monteseirín, que en lugar de usar el urbanismo como instrumento para mejorar Sevilla -una de las cosas de las que presume- lo pone al servicio de los dirigentes de dos entidades privadas con fines particulares. Quizás hubo un momento en que ambas entidades pudieron, emulando a Kennedy, decir aquello de que lo importante no era lo que la ciudad podía hacer por ellos, sino lo que ellos podían hacer por su ciudad. Es fácil: dejar sus estadios, obtener los beneficios lógicos y trasladarse al vacío coliseo de la Cartuja. Su herencia sería entonces más perdurable que la económica, al consistir en ese patrimonio sentimental que tanto explotan y del que ambos se nutren. No todo es el dinero en la vida. ¿O no? Nunca hubo voluntad. Tampoco desde el Consistorio se usó el lápiz urbanístico para forzar una salida. Se ha preferido hacer lo de siempre: regalar lo que no es de nadie -el patrimonio de todos- y poner una bondadosa sonrisa. Bonitas fotos. Todos felices.

-Muchas gracias por el detalle.

-No hay de qué. Vosotros sois una parte importante de la ciudad. Los demás, al parecer, no.





* Diario de Sevilla - La Noria, Carlos Mármol - 17 de Septiembre de 2007






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