Tarde o temprano tenía que ocurrir: van a recalificarme

JOSÉ MARIA DE LA LOMA* : "Primero vinieron a recalificar el monte del vecino y yo no dije nada porque no era mi monte. Después vinieron a recalificar el parque de mi vecina y yo no dije nada porque yo no era mi vecina. Después vinieron a recalificar el jardín de mis primos y yo no dije nada. Pero luego vinieron a por mí. Y ya era tarde. Ya no había nadie que hablara. Quieren recalificar mi dormitorio. Ya les comenté una vez que estuvieron a punto de recalificarme el cuarto de baño para meter un campo de golf de nueve hoyos. Y que yo les dije que, ya puestos, y en aras de que el negociete que se cuece en la Costa no pase de largo por mí, y de viejo me arrepienta, hicieran uno de dieciocho.

-¿Y el bidé?
-Está pasado de moda, haremos un lago. Los lagos se llevan mucho en los campos de golf.
Pero ahora es mi dormitorio. Me están convenciendo de la pujanza del turismo y de la necesidad de que la construcción siga siendo el motor económico de esta provincia; que sea consciente de que miles de personas trabajan en el ladrillo. Me asomo entonces a la ventana con el temor de ver a cuadrillas de obreros en actitud amenazante y ladrillos enarbolados, torsos desnudos y morenos, caras de pocos amigos y el cemento preparado. Pero me tranquilizo al ver que no hay nadie. Bueno sí, hay un tío con un metro midiendo una isleta de la carretera en la que hay césped plantado.
Me resisto a la recalificación, digo, pero me despliegan los planos. Lo que actualmente ocupa la cama bien podrían ser unos adosados de estilo mediterráneo. Pocos, afirman. Para no agobiar, entre trescientos y cuatrocientos cincuenta, nada más. En el lugar de la mesita de noche se emplazaría un hotel de formas singulares diseñado por un arquitecto de renombre que a lo que se ve vive en París y ha trabajado mucho en Shangai y Albacete. Eso sí, habrá que incrementar la altura respecto a la que ocupa la mesilla de noche. Les digo que en la mesilla suelo apilar libros y que a veces ese montón de libros acaba teniendo una longitud considerable. Mejor, me dicen. Mejor, así el impacto visual será menor porque ya se ha acostumbrado a la altura.
Para que no vean que sólo me mueve el vil metal y que me queda conciencia ecológica, les propongo un convenio urbanístico para que a cambio de la recalificación me urbanicen y adecenten (y pongan un parquecito) en el hueco que queda a la derecha de la cama. Pero no va a ser posible. Y llevan razón. Es que no pienso en las infraestructuras ni en la movilidad. Es que estoy en la inopia. Vamos, que parezco tonto. Una autovía, hombre. Ahí, en ese pasillo lo suyo es una autovía de acceso. Eso sí, con rotondas al final para que la gente no pase de largo. Y una gasolinera. Con tienda y lavado de coche. Y restaurante de comida rápida. Y un taller de reparaciones.
Estudio la situación y veo que aún queda el hueco que hay a la derecha de la cama. Entonces me doy cuenta de que tengo olfato para esto. De que va a ser posible al fin que rompa esa tendencia vital que se resume en: `ingresos obtenidos fuera de la nómina en treinta y muchos años: cero´. Y tomo aire y pongo cara de suficiencia y doy varias vueltas por la habitación como quien sopesa y medita y hago una pausa teatral y adopto gesto de audacia. Y lo digo con autoridad: un aparcamiento. La gente tiene que aparcar. Ahí va un aparcamiento subterráneo de 3.500 plazas con un supermercado en la superficie. La reacción es la esperada, claro, si sabré yo de psicología humana: sacan los papeles para que lo firme todo. Y hasta me regalan la pluma. Me la guardo pero entonces me asalta una duda: ¿dónde dormiré yo cuando todo esté hecho?... En el salón, me respondo. Y voy hacia él para medirlo. Pero están allí. Y me dicen que me siente: "Nos haría falta otro hotel".





* La Opinión de Málaga - Cuaderno de Verano - 25 de Julio



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