Luces y sombras de la herencia olímpica de Barcelona

LAVANGUARDIA* : En apenas seis años, los que transcurrieron entre el mítico "A la ville de… Barcelona!" y la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, la capital catalana vivió su transformación urbanística más intensa desde el Pla Cerdà. Las instalaciones deportivas y las villas olímpicas cambiaron la fisonomía de cuatro barrios de la ciudad, pero además los Juegos lograron la inversión necesaria y la excusa perfecta para muchos otros proyectos esparcidos por toda la ciudad, como las Rondas, la Illa Diagonal, el MACBA o el tambor de la plaza de las Glòries. El Port Vell y el Maremágnum, ganados a un muelle obsoleto, fueron la guinda de una nueva Barcelona más internacional y vanguardista.
Ahora bien, ¿qué herencia ha quedado de aquella transformación? ¿Qué proyectos han superado mejor la prueba del tiempo? ¿Cómo han envejecido? La reforma de Glòries o del Port Vell, por ejemplo, vuelven a estar en la agenda política, por ejemplo. Oriol Bohigas , Jordi Borja , Mercè Tatjer y Josep Maria Montaner , cuatro reconocidos urbanistas barceloneses que vivieron de cerca los proyectos de la Olimpiada, hacen balance de su herencia 20 años después.

La Vila Olímpica y el waterfront
"El proyecto más importante fue la apertura del waterfront, de la fachada marítima, desde el Port Vell hasta el Besòs", sentencia el geógrafo urbanista Jordi Borja. "Aunque tuvo sus contradicciones internas, fue una buena operación urbanística", sostiene el ex diputado y teniente de alcalde del PSUC durante los años 80. Aunque estuvo en primera fila política, no escatima matices y autocríticas: "Quizá el Port Vell no estuvo del bien logrado del todo, porque se llenó demasiado de cemento, quedó un producto comercial que al final tampoco ha sido tan exitoso. Y el Moll de la Fusta igual, aunque se ha ganado para ciudadanía, nunca ha cuajado del todo". "¡Pero las remodelaciones que hay ahora sobre la mesa, como la Marina de lujo, son todavía peores, eh!", advierte. Según Borja, otros elementos como el Palau de Mar o el Paseo Joan de Borbó sí han superado la prueba del tiempo, porque los vecinos los utilizan y disfrutan.
"La mayoría de proyectos me parecieron bien y aún me lo parecen", sintetiza el arquitecto Oriol Bohigas, que precisamente fue consejero de Urbanismo del Ayuntamiento de 1984 a 1991, cargo desde el que intervino en las grandes obras proyectadas con motivo de los Juegos. La Vila Olímpica es una de sus favoritas, puesto que, según él, "es uno de los pocos barrios creados de cero que se integró bien al entorno y no degeneró en un espacio de pobreza o marginación". Jordi Borja también valora en positivo la villa de los atletas, porque "antes era un espacio perdido, aislado por las vías de tren y lleno de alcantarillas al aire libre". Comparte a medias la observación de Bohigas sobre su integración, ya que ve al nuevo barrio "bien ligado con el puerto pero no con la zona de Diagonal Mar, donde ha creado guettos".
"Sin duda lo mejor fue ganar seis kilómetros de playas", asegura Josep Maria Montaner, arquitecto y profesor de la ETSAB, a quien UB y Ayuntamiento acaban de publicar su investigación sobre el 'Modelo Barcelona'. Montaner, bastante crítico con algunas de las herencias olímpicas, también lamenta que el Maremagnum quedara "demasiado comercial" y subraya que las obras de finales de los 80 y principios de los 90 en general tenían "poca sensibilidad medioambiental y de conservación del patrimonio industrial". La Vila Olímpica, en conjunto, le agrada poco: "Sigue mostrando carencias, en especial su falta de vida en la calle y la privatización de muchos interiores y patios de manzana". Los locales comerciales en los bajos de los edificios, a su juicio, "son demasiado grandes y con escalones", algo que propicia poco la atracción de comercios de proximidad. "Sólo salvaría las tres manzanas de Carlos Ferrater, la Vila dels Àrbitres, con fachadas blancas y patios públicos. ¡Pero no soy nada imparcial porque participé en su diseño como asociado!", comenta entre risas.
La geógrafa Mercè Tatjer, experta en urbanismo barcelonés y activista en temas de conservación patrimonial, señala las "pérdidas irreversibles" que ocasionó la construcción de la Vila Olímpica en los terrenos del antiguo barrio de Icària : "Se arrasó con todo lo que había, sin distinción, y se perdieron edificios muy destacados, como la fábrica de hielo y harina Folch, del siglo XIX, muy sólida". Lamenta que podría haberse reconvertido su uso, pero que "sólo dejaron la chimenea", descontextualizada.
Montjuïc y las instalaciones deportivas
Pese a acaparar la mayor parte de portadas y telenoticias durante los Juegos, Montjuïc no ha quedado tan asociada a la Barcelona olímpica como el Port Vell o las Rondas. Más que transformarse, la montaña vivió una intensa limpieza y dignificación. Ya había tenido usos deportivos y la nueva Anilla Olímpica se ubicó en el área del antiguo Estadio, construido en 1929 para la segunda Exposición Universal de Barcelona. Hay unanimidad entre los cuatro urbanistas consultados sobre el buen papel que jugaron el remodeladísimo estadio con el pebetero de Pep Sant y Ramon Bigas, el Palau Sant Jordi, la icónica Torre Calatrava o las Piscinas Picornell, que generaron la mítica imagen de los saltos de trampolín con Barcelona y el mar de fondo.
"Con los Juegos, Montjuïc se consolidó como área de equipamientos y recreo", señala Borja. "La Anilla Olímpica ha continuado siendo para el deporte y la cultura, incluso mejorada con nuevas instalaciones a su alrededor, como el Museu Olímpic o el Jardín Botánico", coincide Montaner, que recuerda que sólo 4 de los 12 proyectos urbanísticos incluidos en el plan de 1987 –donde se sintetizaron todas las obras en motivo de los Juegos– eran instalaciones deportivas. Montjuïc, la Vila Olímpica, la Vall d'Hebrón y el tramo final de la Diagonal eran las cuatro áreas de Barcelona que requerían equipamientos nuevos y específicamente olímpicos.
La Vall d'Hebrón, por ejemplo, recibió un campo de tiro con arco, un polideportivo y la Vila Olímpica dels Periodistes, cuyos pisos se vendieron posteriormente a particulares con gran rapidez. "Es uno de los proyectos menos conocidos, porque no cambió mucho su fisonomía y tuvo menor repercusión para el resto de la ciudad", opina Oriol Bohigas. "Ya tenía espacios abiertos municipales y lo que faltaba era llenarlos y dotar de servicios al barrio", recuerda. "El Velódromo y el campo de tenis ya existían", corrobora Montaner. "Como no tuvo un impacto visual muy fuerte durante los Juegos, su halo olímpico se ha ido disolviendo", añade.
Glòries, el proyecto maldito
"Cada vez que se ha abordado, ha quedado mal resuelto. Glòries es un proyecto maldito", decreta Jordi Borja. "Hay tantas manos intentando arreglar la plaza y se ha reformado tantas veces…", lamenta. La plaza que Cerdà diseñó como nuevo centro de la ciudad sin murallas es uno de los proyectos peor valorados. El tambor elevado que distribuye el tráfico ha sido cuestionado en menos de 15 años y actualmente está siendo desmantelado como paso previo a una nueva reforma de la plaza. Borja considera que "la única forma" de salvarla es "que deje de ser un nudo de comunicación viaria", porque "no se puede tener todo, o haces un nudo o haces una plaza integradora". Confiesa, además, que cuando tiene que cruzar la ciudad en coche o taxi evita al máximo las Glòries, "porque siempre te embarrancas".
Oriol Bohigas simplemente considera que el tambor de Glòries "no hacía falta", porque "no distribuye el tráfico de las tres avenidas [Meridiana, Diagonal y Gran Vía], sino que solo conecta ambos lados de la Gran Vía". "Un paso elevado habría sido mejor y suficiente", remacha.
Las Rondas y la periferia
Las Rondas de Dalt y Litoral fueron un "cambio radical en la movilidad de la ciudad", según Bohigas, que las ve bien envejecidas "pese a veinte años de uso intensivo". Para Josep Maria Montaner, fueron "poco sostenibles" pero a la vez un éxito constructivo, teniendo en cuenta su velocísima realización: "La urgencia era tal, con los Juegos casi encima, que prácticamente se hacía un plano y se llevaba a la obra, se construían los tramos a los pocos meses de dibujarse". El Nus de la Trinitat quedó, a su juicio, "muy bien resuelto, porque se hizo muy cuidadosamente". Para Mercè Tatjer, en cambio, "era una obra necesaria en ese momento", pero vista hoy parece poco visionaria, porque no se aprovechó para impulsar y fomentar el transporte público.
Borja ejemplifica con las nuevas conexiones viarias "la larga lista" de intervenciones que se hicieron de propina, aprovechando el empujón olímpico: "Si hubiéramos hecho sólo las obras que requerían los Juegos del 92, habría bastado con unos cambios mínimos y muchos menos recursos. ¿Acaso alguien cree que el COI pedía unas Rondas, más escuelas o ampliar el Puerto?". La Vila Olímpica, por ejemplo, tenía otras ubicaciones más fáciles y baratas: "El COI incluso la hubiera preferido en el Baix Llobregat, porque soterrar vías, demoler fábricas y construir una depuradora era una operación costosísima económica y políticamente". "Pero el Ayuntamiento planteó la Olimpiada como un salto adelante e hizo entrar en el paquete todas las obras que le parecieron interesantes", asegura Borja, que considera que el "proyecto de ciudad" era justamente "una suma de pequeños proyectos que se justificaban los unos a los otros".
Otro ítem 'extra' de la lista era la llamada Monumentalización de la periferia, ya iniciada en los primeros 80, un conjunto de acciones de mejora de los barrios periféricos de Barcelona, especialmente en Nou Barris y el norte de Horta-Guinardó. "No era sólo colocar una estatua o un equipamiento, se trataba de dar calidad al espacio público. Aunque se criticó el exceso de gasto en los materiales y diseños, no fue un derroche de dinero público, porque el lujo ahí era hacer justicia", defiende Borja.
¿Urbanismo socialdemócrata o espasmódico?
Dos décadas después, los cuatro urbanistas juzgan de diferente forma la ideología urbanística de Barcelona en aquellos años. Para Montaner "fue el final de una época desarrollista y socialdemócrata, de una política homogenizadora que igualaba y mejoraba barrios, al precio de devorar lo singular, pintoresco o minoritario", como pasó con los chiringuitos de La Barceloneta.
Tatjer va un poco más allá y señala que las prisas por el poco tiempo disponible y la especulación urbanística colateral "provocaron errores que en muchos casos son irreversibles". "Las demoliciones se llevaron también un patrimonio inmaterial, las técnicas y los oficios, que podrían recrearse y enseñarse a las siguientes generaciones", prosigue. Otra consecuencia negativa para Tatjer fue que "el entusiasmo olímpico caló tanto, que quedó en mucha gente la idea que debíamos ir rehaciendo la ciudad a golpe de gran evento o de macroplan urbanístico, como el 22@ o el Fòrum de les Cultures".
Bohigas no considera que los Juegos inauguraran una etapa, sino que daban continuidad a una tradición positiva de súbitos impulsos urbanísticos: "Es algo que Barcelona siempre ha hecho, por ejemplo con el Pla Cerdá o las Exposiciones Universales de 1888 y 1929". Antes de la nominación olímpica no hubo ningún gran plan, dice, porque "había que atender muchas pequeñas intervenciones urgentes, como plazas, escuelas o asfaltados". Explica que, como responsable municipal, se inspiró en elementos de los tres principales planes urbanísticos de la historia barcelonesa: el de Cerdà (1859, cuadricular), el de Jaussely (1905, radial) y el Macià (1934, con supermanzanas). "Ha quedado demostrado que los Juegos dieron un impulso al rejuvenecimiento de la ciudad", concluye.
"Hubo luces y sombras, ni todo fueron conspiraciones capitalistas ni podemos hacer un discurso autocomplaciente", sintetiza Borja. Remarca que algunos objetivos sí se cumplieron, como reducir las desigualdades sociales a través del "salario indirecto que supone la mejora de la calidad de vida y los servicios". Sin embargo señala también fracasos que persisten, como "el déficit de políticas de vivienda eficaces" y unas "estructuras políticas inadecuadas para redistribuir bien la riqueza en toda la ciudad real, que es el Área Metropolitana".


* La Vanguardia - MERITXELL M. PAUNÉ - 27.7.12
Foto: Barcelona, el Moll de la Fusta - elperiodico

1 comentarios :

Hurl dijo...

A modo de resumen personal creo que se hizo bien con el urbanismo de las olimpiadas. Por decir algunas cosas malas reafirmaria el tema del privado en la villa olimpica (siendo un barrio nuevo deberian de haber seguido los principios de Cerda con jardines abiertos a todos). Las Glorias (parece un imposible hacerlo bien) y la perdida de patrimonio, ya que podrian haber reconvertido alguna fabrica monumental en viviendas y al menos tendriamos un recuerdo de como era eso antes.


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