El Cabanyal.- La desesperación de un barrio

ELPAÍS/Valencia* : “Estoy enamorada del barrio y no me voy ni muerta”, asegura convencida María Luisa, propietaria de una de las 1.651 casas de la zona cero del Cabanyal, carne de excavadora en el plan de prolongación de la avenida de Blasco Ibáñez que aprobó el gobierno del PP en 2001.
Y viendo lo que rodea a esta madrileña de 57 años, vecina del barrio desde hace 17 años, surge la duda. ¿Por qué quedarse? Tiene la puerta de la entrada agrietada por las patadas, la ha reforzado con una verja exterior y, en el patio interior de su casa, el que comparte con un bajo de propiedad municipal ocupado ilegalmente, ha desplegado una sábana para no ver el desastre del otro lado. La chatarra se apila varios metros sobre el suelo y del mal olor se libra con la ventana siempre cerrada. Su paisaje a diario se compone de tambores de lavadoras desguazados, cuadros de bicicleta y otros desechos.

“De tres o cuatro años a esta parte, ha sido la cuesta abajo. Y como alguien no haga algo, esto irá a más”, augura. Sus antiguos vecinos, una pareja mayor, se marcharon hace años acobardados por el avance de la marginación y la venta de droga.

La degradación se ha extendido como un cáncer por las manzanas afectadas por la prolongación. Desde que Salvem El Cabanyal dio con el expolio como vía de defensa, el Ayuntamiento de Valencia no ha recibido más que reveses judiciales. El último, el de la Audiencia Nacional, que validó la orden ministerial que firmó el Gobierno del PSOE en 2009. Las bolsas de marginación son cada vez mayores y la política de hechos consumados del Consistorio de comprar casas en la zona cero para luego derribarlas, convierte el barrio en un polvorín.

Los asaltos a las casas abandonadas se repiten. El domingo que la selección española ganó la Eurocopa, un grupo desguazaba literalmente el 161 de la calle Josep Benlliure. “La utilizaban como almacén y la vaciaron y se llevaron hasta las rejas de las ventanas”, explica un testigo. Vicent Gallart, vicepresidente de la Asociación de Vecinos, ha denunciado al Consistorio la falta de limpieza y el mal estado de los propiedades municipales.

“¿Qué quién es culpable de todo esto?”, se para una señora de unos 80 años, “pues, de los que un día se fueron a los pisos nuevos de Blasco Ibañez [hace unas décadas], que abandonaron su barrio de toda la vida en busca de algo que creían mejor”, opina con cierta amargura.

Muchos de los que se fueron, están volviendo. Y no solo ellos. El Cabanyal y, en general, los Poblados Marítimos de Valencia, son cada vez más apreciados por parte de jóvenes, extranjeros y también por las terceras generaciones de los antiguos cabanyaleros. David, de 41 años, es uno de ellos. “Han querido convertir este trozo [el afectado por la ampliación] en un gueto. Les molesta [al gobierno local] los vecinos porque somos como un grano en el culo del Ayuntamiento. Llamamos a la policía, avisamos, estamos ahí, diciendo, haciendo”, explica. Desde su balcón nos muestra un solar de los muchos que pueblan el barrio. Ahí estaba el horno de La Estrella, “un palauet” que David recuerda de sus juegos de infancia y que el Consistorio derribó hace más o menos tres años. “Ahora se meten ahí a defecar y a pincharse”.

La relación de Valencia con el mar nunca ha sido fácil. “Desde el centro siempre se ha visto El Cabanyal como un residuo, algo que había que eliminar para que Valencia llegase al mar”, reconoce el arquitecto Tato Herrero. Y el proyecto de prolongación de la avenida es un reflejo de ese tópico.

Una parte del barrio, una minoritaria en palabras del gobierno local, no se resigna al paso de las excavadoras. Un grupo de vecinos, a través de la plataforma Salvem El Cabanyal, lleva 14 años —desde 1998 que presentaron la primera alegación— de lucha contra un plan urbanístico del PP que rompe un núcleo histórico de trama singular. Son muchos años de contienda política, judicial y social. Los que resisten en sus casas, partidarios o contrarios a la prolongación, están cansados del avance de la degradación y la parálisis institucional. El gobierno de Rita Barberá, del PP, ha peleado contra la orden de Ángeles González-Sinde dentro y fuera de los juzgados. La paralización de licencias de actividad y de obras, combinado con la crisis, no se comprende en el barrio.

“Está muy mal”, reconoce Mayte Gallart, miembro de Si volem, asociación partidaria de la prolongación de la avenida. “Yo me he comprometido con el barrio y he comprado una casa. Tengo dos hijos y lucho porque me lo creo”, añade Gallart convencida de que la avenida traería prosperidad a la zona.

En ayuda del barrio han salido fundaciones de defensa del patrimonio histórico como la World Monument Fund o Hispania Nostra. Hasta la universidad ha terciado. Jorge Hermosilla, vicerrector de Participación y Proyección Territorial de la Universitat de València, dirige desde hace unos meses un grupo de trabajo cuyo ánimo es la mediación. Se reunieron con las fuerzas vivas del barrio: la asociación de comercio Acipmar, la Asociación de Vecinos, Salvem el Cabanyal, la Junta Mayor de la Semana Santa, y con todos los grupos políticos con representación municipal, también el PP. Su diagnóstico no admitía dudas: hay que reactivar el barrio, económica y socialmente, para evitar su decadencia y degradación. No tocan el conflicto urbanístico, pero proponen para dinamizar la economía del barrio la implantación de residencias universitarias dispersas en el barrio, una idea que planea sobre el barrio desde el año 2000 por su cercanía de los campus de las dos universidades públicas de Valencia. Hay dos líneas de trabajo que ofrecer al Consistorio, según Hermosilla: la elaboración de un plan integral socioeconómico, y un conjunto de acciones que acompañan al plan, que son autónomas y que se pueden llevar a cabo ya, entre ellas, las residencias para estudiantes.

Valencia acoge cada año unos 3.000 estudiantes del programa Erasmus. “Yo estoy en esto por delegación del rector [Esteban Morcillo]. La Universitat tiene un gran potencial a través de sus investigadores y creemos que podemos aportar ideas en beneficio del barrio”, explica el vicerrector. Ese es el espíritu de una mediación que el vicealcalde Alfonso Grau ha valorado y aceptado.

Como la universidad, otros colectivos ciudadanos se han puesto manos a la obra para combatir la parálisis de la zona con acciones. Viu al Cabanyal es una de esas iniciativas que ya están en marcha. “Sale de un grupo de trabajo de la asamblea de Pobles de la Mar-15M y el planteamiento es sencillo, se trata de poner en contacto a propietarios de casas con inquilinos. Todo sin ánimo de lucro”, cuenta Marimar, una de las promotoras del portal.

Comenzó en octubre del año pasado a través de Facebook y ahora lo hacen a través de una web y de momento han propiciado unos 60 alquileres. Hay muchas casas vacías y el cierre de comercios, agudizado por la crisis, es un auténtico drama para el barrio. “El Cabanyal es muy pueblito, está cerca del mar y eso gusta mucho a la gente. Se trata de recuperar la ilusión y el orgullo de barrio”, prosigue Marimar.

El perfil de los que se interesan por las casas del barrio es de los más variado. Hay mucho estudiante, gente que busca compartir piso y familias que dejaron el barrio y ahora quieren volver. “Si nos esperamos más, se cae todo”, concluye Marimar.

Los comerciantes de Acipmar tienen un plan de dinamización propio pero reclaman al Ayuntamiento más limpieza y seguridad en las calles. “Los comerciantes propusimos un plan para abrir nuevos negocios en las calles peatonales y por falta de licencias resulta imposible ponerlo en marcha”, lamenta el vicepresidente José Óscar.

Al calor de los nuevos residentes están surgiendo iniciativas dirigidas por gente joven. Sandra Miralles, de 31 años, abrió hace unos dos años en la calle del Progreso el Centro Cultural y Gastronómico Vegetariana La Regadera, en El Canyamelar, fuera de la polémica prolongación. Sus padres tienen vínculos con el barrio y cuando ella regresó a Valencia, tras vivir en Barcelona y Suramérica.

Tiene un comedor por el que pasan desde ejecutivos del puerto hasta, turistas extranjeros, abuelos con sus nietos, de todo. Los socios —hay que serlo para entrar al centro— pueden comer y tapear de noche y pagan la voluntad. Son unos 1.500 socios. Es un local amplio, bohemio y muy agradable. Organiza talleres de cocina, costura creativa, charlas y hasta tertulias de idiomas según el día de la semana. “Aquí, a La Regadera, viene siempre gente nueva”, describe la propietaria que augura sin vacilaciones: “En 10 años este barrio va a cambiar”. Se entiende que para bien.


* El País - CRISTINA VÁZQUEZ Valencia 14 JUL 2012
Foto: Vista desde los tejados del tramo de barrio amenazado por la prolongación de la avenida. / MÒNICA TORRES

1 comentarios :

er_andaluz dijo...

Se sabe de sobras lo que quiere hacer R.Barberá con El Cabanyal: doblegarlo por axfisia por haber osado oponerse a sus faraónicos planes. Desde aquí mi ánimo a todas las asociaciones que luchan por conservarlo, adecentarlo y mantenerlo como es.


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