El placer de las ciudades

MARTA ROMÁN RIVAS* : No hay placer urbano en la ciudad aséptica y limpia de la primacía económica, aunque ésta tenga grandes parques y anchas calles. No hay placer en las bajas densidades, como las grandes promociones de adosados que no permiten la diversidad y la mezcla. No hay placer en la zonificación que separa y segrega los usos y a quienes tenemos la vida mezclada nos rompe. Tampoco hay placer en la urbanización sin límites que nos hace invertir horas en transporte para alcanzar cualquier lugar. Un espacio pensado para producir, transitar y consumir tal vez funcione para quienes se asemejan a ese ciudadano-tipo para los que han sido creados, para el resto es un desastre. Es decir, para todos, pues nadie cumple toda su vida con ese canon.
Igual que no hay mujeres frígidas sino amantes torpes, también nuestras ciudades, ese milagro colectivo al que hay que mimar, se han visto asaltadas por intervenciones urbanísticas que en vez de amar y explorar su complejidad, su diversidad, sus entresijos, su riqueza urbana, se han empeñado en cambiar este cuerpo vibrante y creativo, por otro normalizado, reglado y previsible.
Como escribe Jordi Borja (5) “no hay crisis de ciudad ni la ciudad es la generadora de graves problemas sociales. En todo caso si la ciudad no cumple es porque hay urbanización sin ciudad. El problema es la no ciudad, no la ciudad”. Tenemos que tenerlo muy claro, igual que nosotras no somos el problema, la ciudad tampoco lo es.

La conocida sexóloga americana, Shere Hite (1), explica en un artículo que la idea socialmente extendida de la existencia de un centro de placer en el interior de la vagina, el famoso “punto g”, no se corresponde con las vivencias y experiencias de millones de mujeres de todo el planeta. El problema no es sólo dirigir la búsqueda en una dirección incorrecta y que las mujeres no obtengan el placer, sino distorsionar la percepción que las mujeres tienen de su propio cuerpo. Como cita la autora,“ la sociedad ha condenado a las mujeres, como si sus sensaciones estuvieran equivocadas y no fueran las debidas”. Aunque Freud sabía que las mujeres encuentran el placer más fácilmente a través de la estimulación externa, sus teorías redundaban en la idea de que las mujeres no se comportaban correctamente y se debían “adaptar”, “madurar” y “crecer”, consiguiendo con sus ideas culpabilizar y negar la sexualidad femenina.

¿Qué tiene que ver “el punto g” con el urbanismo? Casi en la misma época en que Freud está definiendo cómo debía responder el cuerpo de las mujeres, el “Urbanista Rey” (2 ) Le Corbusier (3) está desarrollando su teoría de las proporciones en la construcción. Extasiado por el progreso técnico, asimila el cuerpo humano con las máquinas y plantea que “los hombres están hechos con el mismo molde desde las épocas más lejanas que conocemos (…) toda la máquina tiene por base el esqueleto, el sistema nervioso y el sistema circulatorio; y así es para cualquiera de nosotros, exactamente y sin excepción. Estas necesidades son tipo, es decir que todos tenemos las mismas.” Bajo esta concepción del cuerpo humano y sus necesidades llega a definir un habitante-tipo, un modelo humano único, que alcanza 1,829 metros de estatura, y que será el patrón a partir del cual se conciban los espacios construidos. Un modelo de habitante al que muchas personas, la mayoría, no se asemejarán jamás.

Tanto en el caso de Freud como de Le Corbusier, quienes están hablando de sexo o de ciudad representan una autoridad máxima en su materia. Pensadores que, aunque cuestionados o debatidos posteriormente, han sentado las bases de sus respectivas disciplinas y han contribuido al legado cultural del siglo XX. Y resulta que ambos omiten o niegan la fisiología, la experiencia y las necesidades de las mujeres o convienen que ésta es errónea. Por ello, es lógico que las mujeres hayamos vivido nuestro cuerpo como si de un extraño se tratase -ya que no se comporta como decían los expertos que debía hacerlo- y vivamos como extranjeras en un espacio urbano inadecuado -ya que no encajamos en ese molde de ciudadano sobre el que se construyen nuestras casas y ciudades-.

Jane Jacobs 4 con su magnífica obra “Muerte y vida de las grandes ciudades americanas” nos ayuda a entender la posición de los urbanistas con respecto a la ciudad y las distorsiones que han generado en ellas. Esta autora plantea que los urbanistas tanto conservadores como progresistas se caracterizan por un rasgo esencial: odian a las ciudades y, como tal, se enfrentan a ellas como reformadores sociales. Al igual que Freud se enfrenta a lo que él denomina “el enigma de la naturaleza femenina” y asume a la mujer como anomalía, como cuestión, como curiosidad, como problema social que debía resolverse, los urbanistas se enfrentan a las antiguas ciudades orgánicas, bulliciosas y densas, también como problema, porque las conciben como espacios desordenados, caóticos y sucios. Su ideal es poner orden en ese aparente caos y crear espacios limpios, luminosos, ventilados, higiénicos y geométricos que se comporten “como deben”, sin darse cuenta que estas intervenciones muchas veces lo que hacen es convertir las ciudades en frígidas. El cuerpo de cada ciudad tiene sus propias reglas de salud, placer y belleza, equilibrios sutiles que se pueden dañar si se les imponen normas universales o planteamientos “freudianos” como lo que manifiesta el urbanista francés: “La recta es también sana para el alma de las ciudades, la curva es ruinosa, difícil y peligrosa; paraliza”.

Freud y Le Corbusier realizan un ejercicio supremo de poder al considerar que la imagen que tienen de la realidad es la que se acerca a la norma universal y, por ello, se pueden permitir el lujo de creer en su propia idea transformadora. Mientras unos centran la atención en la búsqueda infructuosa del “punto g”, alterando la forma de relación y las vivencias de millones de mujeres, la intervención en las ciudades se hace con la misma falta de cuidado ante la diversidad y ante la complejidad del fenómeno urbano. El fondo de la cuestión no es que los métodos de análisis y de aproximación sean inadecuados, lo plantean como inadecuado es el propio sujeto: la mujer o la ciudad misma que no se asemeja a “la norma”.

Jane Jacobs, en la obra anteriormente citada, plantea la situación concreta de un barrio de Boston lleno de vida, North End, pero que por sus características de población de renta baja, por la inmigración y por la densidad elevada, es considerado por los urbanistas como un barrio a extinguir. Reconstruye una charla con un planificador local que conoce por propia experiencia lo agradable que es pasear por sus calles e, incluso, comenta los logros sociales de esa zona donde hay menos delincuencia que en ningún otro lugar y cuya mortalidad infantil es la más baja de todo Boston. Aún así, el planificador sigue reiterando que es un barrio urbanísticamente mal concebido por la densidad, la falta de espacios libres o la calidad de la vivienda y predomina su visión de urbanista antes que su propia experiencia como ciudadano.

Es precisamente en esa mezcla de usos, en la yuxtaposición, en la proximidad, en ese desorden aparente, donde las mujeres podemos encontrar un lugar adecuado para desarrollar nuestra vida, justo en los espacios que muchos teóricos detestan. Lugares donde poder tejer relaciones sociales, donde es posible compatibilizar tiempos y espacios y donde hay una mayor densidad de servicios de todo tipo.

Al igual que si seguimos a la búsqueda del “punto g” en nuestras relaciones íntimas, tenemos más garantizada la frustración que de placer, el punto “g” de las ciudades tampoco está donde nos han dicho. No hay placer urbano en la ciudad aséptica y limpia de la primacía económica, aunque ésta tenga grandes parques y anchas calles. No hay placer en las bajas densidades, como las grandes promociones de adosados que no permiten la diversidad y la mezcla. No hay placer en la zonificación que separa y segrega los usos y a quienes tenemos la vida mezclada nos rompe. Tampoco hay placer en la urbanización sin límites que nos hace invertir horas en transporte para alcanzar cualquier lugar. Un espacio pensado para producir, transitar y consumir tal vez funcione para quienes se asemejan a ese ciudadano-tipo para los que han sido creados, para el resto es un desastre. Es decir, para todos, pues nadie cumple toda su vida con ese canon.

Igual que no hay mujeres frígidas sino amantes torpes, también nuestras ciudades, ese milagro colectivo al que hay que mimar, se han visto asaltadas por intervenciones urbanísticas que en vez de amar y explorar su complejidad, su diversidad, sus entresijos, su riqueza urbana, se han empeñado en cambiar este cuerpo vibrante y creativo, por otro normalizado, reglado y previsible.

Como escribe Jordi Borja (5) “no hay crisis de ciudad ni la ciudad es la generadora de graves problemas sociales. En todo caso si la ciudad no cumple es porque hay urbanización sin ciudad. El problema es la no ciudad, no la ciudad”. Tenemos que tenerlo muy claro, igual que nosotras no somos el problema, la ciudad tampoco lo es.

* Marta Román Rivas Geógrafa Julio de 2005

* Publicado en la revista ARTECONTEXTO – Número 8. Otoño 2005.
1 Shere Hite. El País – EPS marzo 2001.
2 Françoise Choay « El urbanismo. Utopías y realidades » Lumen (1970)
3 Le Corbusier, «Propos d’urbanisme » (1946)
4 Jane Jacobs “The Death and life of Great American Cities”. Random House. New York. (1961)
5 Jordi Borja “La ciudad conquistada” Alianza. (2003)


* Plataforma PAH Valencia - 11.11.11

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