Las huertas de Benimaclet

JOSÉ ALBELDA/Valencia* : Todos hemos visto en las dos últimas décadas cómo ha ido dibujándose un horizonte de eriales y escombreras en la periferia de nuestros pueblos y ciudades, donde antes crecían naranjos y huertas feraces. Son los paisajes del capitalismo, testimonio del afán especulativo de constructores y entidades bancarias que promovieron PAIs ahora congelados, acumulando desechos a la espera de no se sabe qué recuperación económica, desde luego no precisamente cercana.
Pero las crisis siempre han espoleado la creatividad ciudadana, animando iniciativas como el ilusionante proyecto de huertos urbanos que ha promovido la Asociación de Vecinos de Benimaclet, en respuesta al deseo colectivo de recuperar el vínculo con nuestra querida huerta que nunca debió de ser destruida. Una iniciativa que propone restaurar la belleza y la biodiversidad en una zona de 4.000 metros cuadrados, siguiendo el ejemplo de ciudades europeas como Berlín y muchos otros municipios de nuestra geografía que han hecho una decidida apuesta por la sostenibilidad, la recuperación del paisaje cultural y las iniciativas de autoconsumo. En esa misma línea crece este proyecto iniciado hace ya un año, contando con el apoyo de la Concejalía de Urbanismo del Ayuntamiento de Valencia, que ha autorizado la utilización de los ramales de agua para riego, así como con el seguimiento de diversos grupos de la Universidad Politécnica, por sus valores de cohesión social y recuperación urbanística y medioambiental.

Sin embargo, la entidad bancaria propietaria de los terrenos que llevan acumulando escombros desde 1994 hasta la fecha, se opone a que un grupo de vecinos de lo más diverso, entre los que se encuentran parados, jubilados y también colegios públicos y asociaciones culturales, recuperen un trozo de huerta que fue destruida al promover el citado PAI que nunca llegó a ejecutarse. Y eso que la asociación se compromete bajo contrato a ocupar sólo una parte del espacio que luego se convertirá en un parque urbano, sin interferir en la zona de construcción de las posibles futuras viviendas. Ante este tipo de actitudes, da la triste sensación de que las entidades bancarias no sólo han contribuido a deteriorar nuestra huerta y nuestra economía, sino que se han propuesto también destruir la esperanza.
El legítimo derecho de un barrio a recuperar sus raíces, su paisaje, su ilusión. No es, sin embargo, de recibo que una zona periurbana colindante al restaurado barrio de Benimaclet pueda quedar degradada sine die a la espera de mejores tiempos para el ladrillo. A su vez, la entidad debería comprender cuál es la actual imagen pública de los bancos, y la necesidad de gestos de apoyo a una sociedad que ha sufrido sus excesos y equilibrado sus balances. La disyuntiva es clara: facilitar la recuperación colectiva del entorno o empecinarse en su degradación y abandono. En esta tesitura, el BBVA debería no sólo permitir, sino apoyar estas iniciativas ciudadanas que son pura esperanza ante un mundo de inmovilidad y retraimiento, tomando a una decisión que, a la postre, va a definir con claridad su perfil ético.
Por lo demás, cabe distinguir entre lo que es legal y lo que es legítimo, y que un grupo de vecinos y asociaciones quieran recuperar un pedazo de huerta tras más de quince años de abandono, fruto de la fracasada especulación con la tierra, eso, les aseguro, es de lo más legítimo. E impedirlo podrá ser legal, pero no justo ni socialmente defendible.

* Levante - Opinión - 8.10.11

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