El otro urbanismo

RAFAEL RIVERA/Valencia* : Porque hay dos urbanismos, no crean. Dos por lo menos. Uno es el que busca técnicas, mecanismos, sistemas. El que elabora normas, ordenanzas, modelos, el que regula esto o aquello. Nunca nuestra sociedad tuvo tantas leyes, dispuestas para ser incumplidas al primer descuido, incluso sin descuido. Este urbanismo, con frecuencia, teje una tela de araña incomprensible, un laberinto que resulta complicado de recorrer sin perderse en cada ventanilla, en cada esquina, en cada solicitud. Es un urbanismo de gabinete, de congresos y conferencias.
Ante este panorama, la ciudadanía no entiende, se queda atónita y sospecha que tanta complicación esconde algo. A la autoridad se le llena la boca con la palabra participación, pero resulta difícil de creerla cuando no se ofrecen instrumentos, y participar supone un esfuerzo añadido. Ya digo, ese es un urbanismo, pero hay otro.
Es el urbanismo del sentido común, de la reflexión sin especialistas, del desacuerdo. Ese que no necesita de grandes palabras ni sistemas complicados para explicar propuestas, poniendo sobre la mesa argumentos y alternativas que la autoridad no había querido pensar. Es un urbanismo que se aprende abriendo los ojos, discutiendo, escuchando y tomando iniciativas colectivas.

Hace unos días se celebró la fiesta de Salvem el Botànic para recordar el final de un episodio que ha durado una década. Final que, con sus luces y sus sombras, resuelve un problema urbano gracias a la presión popular. Ahora podremos recuperar el paisaje del encuentro de la Gran Vía con los jardines del Turia; el jardín Botánico respirará sin la amenaza de las torres y se abre la posibilidad de su ampliación. Todo eso que la autoridad ignoró cuando planificó el futuro de la zona. Ahora la ciudad estará mejor, y será gracias a la ciudadanía, y a pesar del poder.
Ya pasó con el Parc de l´Albufera, para el que la administración le tenía reservada una urbanización multiplicada de la que todavía podemos ver la punta del iceberg. Ya pasó con el antiguo cauce del Turia (más que antiguo, auténtico) para el que se pensó una autopista que uniera Madrid con el Mediterráneo. Y ya pasó con otra autopista, la que se proyectó sobre las Playas de Levante y Malvarrosa, cruzando el puerto con un puente maravilloso para seguir su camino hacia el sur.
Todo eso lo pensó el poder para Valencia, y fue la ciudadanía la que se opuso radicalmente. Sin medios, sin tiempo disponible, sin infraestructuras, teniendo enfrente toda la maquinaria de la administración, levantó la voz y cambió la ciudad.
Después proliferan los intentos de la derecha por atribuirse méritos que no le corresponden. Incluso se han inventado homenajes a tipos que nada tuvieron que ver con el éxito urbano, más bien al revés. Menos mal que están las hemerotecas, menos mal que está la memoria colectiva recordándonos que juntos podemos cambiar el mundo. Y la ciudad lo sabe.
A esta ciudad la han modernizado sus habitantes. Fueron sus gentes las que entendieron, hace cuarenta años, lo que ahora parece evidente, que los jardines del Turia articularían todos los espacios públicos, que serían la columna vertebral que es hoy. Entendieron que el litoral es un bien fundamental, una seña de identidad, un espacio público único, y que el Parc de l´Albufera, es imprescindible para comprender nuestro territorio, nuestra historia.
Modernizar una ciudad no es llenarla de cachivaches o de iconos artificiales repetidos aquí o allí; no es traer eventos para hacer publicidad y vaciar las arcas. Modernizar es recuperar la esencia, interpretarla y ponerla al servicio de todos. Asusta pensar cómo sería la ciudad si se hubieran cumplido los planes del poder. Imaginen: una autopista por el cauce, ni rastro del jardín, todo ruidos y contaminación; otra por el litoral, ni rastro de las playas del norte, adiós al paisaje y a las cenas a la fresca, y el Parc de l´Albufera urbanizado, lleno de torres, apartamentos y hoteles, como un roto más dentro de nuestro litoral destrozado. Parece una visión catastrófica, pero así estuvo dibujado, previsto, aprobado y, en algún caso, iniciado.
Por eso la fiesta de Salvem el Botànic fue más que una fiesta, fue un acto contra el olvido, un homenaje dirigido a la ciudadanía anónima, a la llamada sociedad civil progresista, imprescindible para la convivencia y el progreso. Ahora la ciudad sigue necesitándonos, necesita nuestro tejido social, nuestro abrigo, para mantenerse calentita, protegida de depredadores u ocurrencias; y ahí estaremos. Si lo hemos hecho otras veces, ¿por qué no íbamos a hacerlo ahora?


* Levante - Opinión - 26.10.11

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