Málaga 'low cost'

SALVADOR MORENO PERALTA* : Por las mismas fechas que España salía de su postración económica en el año 1959, capitalizándose mediante la emigración y el turismo, Finlandia hacía lo propio explotando resueltamente un recurso intangible: el talento. Apostó por tener el mejor sistema escolar del mundo, generó la fabulosa industria del diseño y, años después, como una consecuencia natural de su propio modelo, llegó a ser líder mundial en tecnología de las comunicaciones. Los finlandeses invirtieron los excedentes del talento en talento, y en la mejora constante de su sistema educativo. En nuestro caso era mucha la miseria de la que había que salir, por eso, desde el mismo arranque del Plan de Desarrollo, los excedentes de la emigración y el turismo se invirtieron constantemente en el sector de la construcción, que es el que siempre ha posibilitado una más rápida acumulación de capital, postergando otros más productivos a largo plazo, como, por ejemplo, la educación. El resultado ha sido más urbanismo que urbanidad, más crecimiento que cultura, y ahora nos tambaleamos como una casa sin cimientos.
Nuestro modelo ha sido siempre esquizoide. Ya en el régimen anterior, desde el Ministerio de la Vivienda se alertaba sobre las nefastas consecuencias que podrían producir los crecimientos urbanos desbocados, mientras las Comisiones Provinciales les daban vía libre, basados en unas normas urbanísticas ambiguas en sus propósitos y determinaciones. Sin irnos tan lejos en el tiempo, Gil era denostado por instancias políticas, periodísticas y judiciales, mientras le dejaban consumar el saqueo de Marbella. Y es que nadie abre un paraguas de racionalidad cuando está bajo una catarata de riqueza.

Ya pueda el sistema mostrarse todo lo circunspecto que quiera que, viciado en su propia raíz, necesita del descontrol para su propio desenvolvimiento. A lo sumo, alguna cínica protesta como la del comisario Renault, en 'Casablanca': «!Qué escándalo, aquí se juega!».
Con el Turismo pasaba igual. Mientras unos lo consideraban un sector estratégico de la economía nacional y, por tanto, necesitado de potentes inversiones en infraestructuras, otros opinaban que este negocio 'andaba sólo', basado en el sol, la playa y, sobre todo, en las ventajas diferenciales de los precios con respecto a los de los países emisores. La consideración del Turismo como un sector operativamente autónomo y económicamente estructural es algo que ha tenido que vencer muchas inercias políticas, burocráticas y mentales; de hecho esta toma de conciencia sólo surgió ante la saturación de determinados municipios turísticos y su pérdida de valor frente a otros destinos emergentes y más competitivos. Fue entonces cuando se empezó a abordar la inaplazable tarea de redefinir el concepto de calidad en una industria de consumo masivo que durante mucho-demasiado- tiempo había estado orientada fundamentalmente a acumular visitantes, sin importar su pelaje ni la repercusión que un exceso de consumo pudiera tener sobre la excelencia original del destino.
Al hilo de estas consideraciones, lo que ha ocurrido en esta última Feria de Málaga con la Plaza de la Merced y demás zonas centrales, los incidentes en Lloret de Mar y la profusión de programas televisivos en los que se muestran puntos de nuestras costas turísticas que podían constituir los hitos de una geografía del vandalismo, es la consecuencia de ofertar nuestro territorio como un producto 'low cost' para una afluencia masiva que, encima, hemos intentado vender caro. Nada es casual: la degradación física del medio urbano es un trasunto de la degradación social de sus contenidos. Aquí, por ejemplo, la impunidad contra la agresión al patrimonio común que se produce reiteradamente en la Feria del Centro acaba estimulando la agresión misma, en una orgía de barra libre. Ya pueden las autoridades responsables compensar la Feria con otra 'cultural', ya podamos resaltar sus virtudes con hiperbólica obcecación, que el mensaje subliminal será éste: «Vengan a gozar de una oferta en régimen de monopolio: el único sitio del mundo donde podrán defecar, orinar y vomitar en la calle sin freno ni represión, un lugar donde la libertad del vecino no coartará la suya, porque será igual de cafre que usted».
No es fácil ahora superar esa acomplejada filosofía del bajo coste que parece embargarnos como un designio histórico, pero, por lo menos, deberíamos abstenernos de identificar irresponsablemente la tradición con el desmadre. La excelencia de una ciudad está más en la ambición de sus proyectos que en las rémoras de su idiosincrasia, y aquí Málaga tiene necesariamente que elegir entre la que se afana meritoriamente en incrementar su oferta cultural en invierno y la que, lo quiera o no, invita a destrozar su Centro Histórico en verano, entre la Málaga tecnológica y la del calimocho, entre la capital de la Costa del Sol y la capital del 'low cost'. Pero lo terrible es cuando descubrimos que, probablemente, ambas sean las dos caras de un mismo rostro.

* SALVADOR MORENO PERALTA | ARQUITECTO

* SUR - Opinión - 27.08.11

0 comentarios :